sonrío, inevitablemente sonrío,
cuando encuentro vestigios en la crisálida
de que sí existe la mariposa de alas doradas.
soy como el gallo y canto cada noche mi
despedida,
porque al ocultarse el sol
parece que la muerte me abriga,
empero, al despertar, no puedo creer
que respiro todavía y que mi existencia esté
abarcando un día más.
mi único vicio es la cafeína,
sobre todo por su seductora feminidad,
su aroma y la suavidad
con que me exalta hasta tocar el cielo.
suspiro por volver un día a ser
nuevamente polvo de estrellas,
por eso la hostia que recorre el firmamento,
de oriente a poniente,
me mantienen en estado permanente
de acción de gracias...
y soy amante de la noche,
de su silencio y de su misterio,
que en los plenilunios
me transforman en un ente nocturno.
soy esencialmente taciturno,
por eso disfruto mucho estar
a solas conmigo mismo,
no siento frío alguno desde que el calorcito
en mis entrañas se vivifica,
gracias a los vestigios de la mariposa
de alas doradas que hallé en la crisálida.
nada tengo que ofrecerle,
le ofrezco la inmortalidad de mi alma,
la puerta está abierta en mis ojos cafés,
tan oscuros que en mi iris se refleja
el brillo de su alma,
el resplandor majestuoso de mi mariposa
de alas doradas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
Bello sin más...
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