Vi cómo el cielo sin planetas se caía:
tanta gente que ríe,
que trata de pintar a los demás
una sonrisa de barro
sin que muchas veces funcione,
sin que muchas veces logren hacerles olvidar.
Ahí sabes que no eres único, tampoco el único.
Estoy despierto,
tan despierto que voy al servicio
de este bar de sudores
y nubes de agosto,
y mientras imagino cómo todos ellos mean sin
pensar en nada,
quizá luchando por soltar
algo ingenioso entre las zarzas
del alcohol para caer por fin
en la cama deshecha de alguien,
yo dudo, miro alrededor
en este baño y puedo imaginar
ríos de flujos y de semen
bajando furiosos el valle
de paredes pintadas con
permanente.
Esa es la forma de convencer.
Escribo algunos versos
antes de cerrar la tapa
del váter amarillento,
no los vuelvo a leer para dormirme
hoy creyendo que he escrito
el poema de mi vida.
Llego hasta la mesa
en la que ríen mis amigos,
me integro falsamente
en la conversación:
suelo sentarme en un extremo
y observarlos,
y mientras ellos beben,
yo me empapo y me emborracho con los últimos
susurros
de este mundo
y con aquellos versos de Panero.
Miro a la gente y solo veo recuerdos que
arderán
un día en mi chimenea.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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