Marmórea faz incolora,
faz sin gestos acuñada,
un imperceptible rictus,
de gélida y congelada.
Rostro entre enjuto y estático,
inmóvil como una estatua,
unos diamantinos labios,
en la granítica cara.
La sencillez del asceta,
frugalidad en su pitanza,
la honradez de pensamiento,
que su espíritu resalta.
El profundo sentimiento,
maduro y rico, sin grietas,
la voz plegada hacia adentro,
emergiendo con templanza.
Petrificada se queda,
la verdad de quien engaña,
un encaje de bolillos,
ensimismando a quien pasa.
Treta de engañosa facha ,
oculta en los dobladillos,
de pérfidas alabanzas,
color de moneda falsa.
La cerviz dobla el labriego,
agacha el rostro el sumiso,
siembra el labrador su sangre,
pierde el rendido su sitio,
vence al gigante el valiente,
el necio mira su ombligo.
Así, entre héroes y villanos,
gira el mundo en torbellino.
La mediocridad se extiende,
ponzoñosa plaga bíblica,
parasitando las mentes,
en una corriente cíclica.
El pensamiento se enquista,
el sentimiento se agosta,
el mediocre vive y grita,
y en su ignorancia se ahoga.
Beber del cálido néctar,
de la fragancia que emana,
sucumbir a las caricias,
de una mano edulcorada,
sentir la brisa escurriéndose,
por la sonrosada cara,
oler con fruición la tierra,
de un manantial empapada.
Aterciopelado rostro,
de tersura delicada,
de miel canela los ojos,
de plumíferas pestañas,
labios de sedosas carnes,
como invitando a besarlas,
y pupilas bailarinas,
dando luces a la cara.
El necio busca la sombra,
preñada de ideas falsas,
refocilándose en ella
enlodada de añagazas,
mientras el respeto danza,
en la luz de la alborada.
El amor se va posando,
sobre pétalos de vida,
deshojando margaritas,
llenando vidas aciagas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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