Cruza fugaz el cometa,
tejiendo su cola blanca,
espuma de los deseos,
disueltos en la negrura,
del infinito universo,
la vida a su paso pasa,
rauda como un meteorito,
veloces como el sonido,
audaces como la luz.
En el fondo, cuál asceta,
vive el yo que no se arredra,
el pertinaz justiciero,
que al otro yo le reclama,
batiéndose en las entrañas,
el cruce de sus aceros,
en una lucha incesante,
por ser ganador del duelo.
En un rincón, en silencio,
con las ya cargadas armas,
acecha impaciente el miedo,
sospechosamente atento,
esperando la batalla,
sus brazos, como tentáculos,
abarcan pieles y órganos,
paralizan lo que alcanzan.
Pasión que al deseo arrasa,
con el ímpetu ciclópeo,
de un huracán que se agranda,
la mente cerrada al mundo,
mientras la fuerza inmediata,
levanta almas y cuerpos,
sin comprender lo que pasa,
enajenada al mañana.
La mente absorta se alza,
sobre las ideas que engranan,
y va tejiendo sentidos,
trenzando acciones pasadas,
y en ese estado, sin pausa,
vuelca su caudal de ideas,
sobre el cuerpo que la aguarda,
en la fuerza del latido,
en la sangre arrebatada.
Más angosto es el camino,
y más rauda el agua pasa,
veloz como el pensamiento,
que al tiempo sin ver alcanza,
y en ese juego infinito,
donde el sentimiento gana,
se va gestando sin prisa,
lo que puede ser mañana.
Amor entre los sentidos,
esperando en la antesala,
para abrazar al mellizo,
que al otro lado le aguarda.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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