brotar de mis ojos, entonces, comencé a padecerlos internamente, solamente,
prometiéndome, que no verías, ninguna lágrima, la tristeza, sería, únicamente, mía,
En esta vida, nada es gratis, el dolor, no podía ser lo menos, cuando duele el corazón,
se hace difícil, no reflejar al rostro ese mal que embarga tus sentimientos, sin embargo,
el tiempo de ausencia, el cuero ha curtido, la distancia y el olvido, han hecho el resto,
Crujiente la herida, supura añoranza, pero ahora la realidad es otra, mirándonos, desde las
aceras opuestas del destino, algunas cosas han cambiado, somos ahora dos almas en penas,
que lloran al verse, recordando que nos separa ese fracaso, que fue la desilusión de los dos.
Evito las lágrimas para no sufrir.
A sabiendas que la tristeza va a sucumbir.
Una lágrima es el comienzo de un sufrir.
Mi vida ya no es la misma no tenerte a mi lado sufro la ausencia callado que se ha desvanecido lágrimas que siguen cayendo sobre mi cara
Al verte a ti, llorar, ya no puedo esconder las mías,
fluyen, y corren por el rostro, que antes, estaba seco,
hay una línea divisora, entre tu mirada y la mía,
No hay regreso, perdimos los pasos, dejados, atrás,
no podemos retroceder el tiempo, pero sí, vivir el dolor,
sintiendo la tristeza que embarga, tanto al alma como al corazón,
Mi mano te extiendo, como para que cruces la frontera de la calle,
bajando la cabeza, comprendo lo que antes no entendiste en mi mirada,
un arrepentimiento, tardío, que me abre el pecho, viendo tus lágrimas, caer en tierra de nadie.
Por fin, has decidido pasar la línea, divisora entre tu alma y la mía,
Abro los brazos, lentamente das el primer paso, uno segundo, tercero,
Hasta llegar, tus manos con mis manos, tomo, quedando, mirándonos,
Tus labios, muerdes, hasta casi, hacerte daño, viendo lo rojo, están,
Bajando nuevamente la cabeza, ahora, eres tú, la que no quiere que mire,
De cerca, que también, sabes llorar, viendo tus lágrimas, correrte por el rostro,
Con una mano, tomo tu mentón, levantándote lentamente la cabeza, contemplando,
Que tus ojos cerrados, aún, estás llorando, como una niña, mis labios, besan la frente,
No tus labios, como quizás pudieses esperar, primero se ha de perdonar, antes de volver a amar.
Las lágrimas que caen
Es la sangre que pierdo en el bombeo roto de mi corazón
Porque sufrir tanto
Si quiero sonreír al mundo
Las lágrimas no se detienen
Pues se destruyó la represa que mi mente creo
Retener todo, para ver arrasar pequeños brotes de alegría hoy perdidas
Cada llanto arde y me impregna del sufrir por el cual escapó
Hasta de mínimo daño
Abres tus ojos glaucos, quedándote mirándome por unos instantes, sin decirme, nada,
De repente, un viento, caprichoso tu frondosa cabellera de oro, comienza a alborotarlos,
Pareciendo, confundirse con el Sol al cubrirte por un instante tu suave y rosado rostro,
Cerca de allí, había un café al cual, tuve para bien, convidarte a tomar una taza, asintiendo,
Entonces, extendiéndote el brazo lo tomaste, cuantos recuerdos, despertaron de esos ayeres,
Ya sentados a la mesa, degustando los cafés, comenzamos a platicar, amigablemente,
Las armas que, en el pasado, habían hecho mucho ruido, depuesta al piso, quedaron,
Así, todo, de mutuo acuerdo, conversamos lo que nos motivó el fracaso y desilusión de los dos,
Tema álgido, evaluando lo ocurrido, para saber, si aplicamos lo aprendido por nuestros errores.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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