Viaja el miedo entre los huecos,
donde vive la esperanza,
y va ocupando lugares,
lugares entre los huesos,
el miedo atenaza el nervio,
que titila cual estrella,
centelleando en el Universo,
como un suspiro de viento.
Una ráfaga en el aire,
un temblor entre los dedos,
y la erección de las pieles,
que se encogen como arrugas,
como arrugas en la hiel,
en la hiel de los adentros.
Pálpito que se hace el dueño,
de temblores venideros.
El miedo asombra y abduce,
un insondable agujero,
un abismo que seduce,
si al fondo se mira atento.
La voz cuajada de espinas,
de palabras sin acento,
y una pálida sonrisa,
fantasmal como en un sueño.
Temblores de indignación,
sembrados de sentimientos,
que atenazan lo que falta,
lo que arrebató el temor,
dejando al aire los huesos,
helando las coyunturas,
que agrietan el corazón,
dando pábulo al desprecio.
Amor que al miedo acompaña,
vistiéndole de valor,
cicatrizando las grietas,
restañando el corazón.
Se burla del miedo el tiempo,
ya no es de miedo el temblor,
si es de amor el sentimiento,
si es de nobleza el temor.
Rimeros ruedan sin pausa,
de las sanadoras lágrimas,
de la furtiva esperanza,
que se eclipsa y que se asoma,
que mira observa y se va,
o de repente se plasma,
en los ojos que perdonan,
entre los pliegues del alma.
Miedo que engrilleta y faja,
como un fibroso dogal,
que solo el amor desata,
que solo el valor vital,
deshace el terror que mata.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri