Sinuoso camino,
que al final lleva,
cargado va el viajero,
de vida y de promesas,
al término se duerme,
escaso ya de fuerzas,
y se asombran las sombras,
de tamaña proeza.
Corazón palpitante,
que a golpes se recrea,
señor de los latidos,
que la sangre bombea,
errático y nostálgico,
vacilante y sentido,
con la carne bailante,
que da vida y respiro.
Sortilegio de gestos,
prematuros y etéreos,
enarbolando enseñas,
que atraviesan el verbo,
amor de los destinos,
con los brazos abiertos,
soñadores de ensueños,
adornando los sueños.
Tenebroso pasillo,
que conduce a la nada,
amante entretenido,
que en los rincones habla,
voz que emite susurros,
como furtiva llama,
arrogante en las formas,
tímido en las palabras.
Arduo y tenaz sendero,
que conduce al destino,
donde la noche es reina,
de lo noble y sencillo,
armoniosas presencias,
de cálidos delirios,
y las gotas que ruedan,
en las mejillas tímidas.
Retrato de la noches,
de soñada existencia,
cabalgando entre sombras,
se ha asomado la ausencia,
precursora de miedos,
de probada experiencia,
y unos ojos veloces,
de mirada serena.
Movimientos telúricos,
que palpitan y piensan,
en las mentes pensantes,
de febril apariencia,
amor entre los ojos,
vacilante navega,
en las miradas cómplices,
de cómplices que medran.
Amor entre las hojas,
que la vida deshoja,
y escribe en su diario,
cada matiz que brota.
Amor entre las notas,
de una vida sinfónica.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri