Lo inanimado se anima,
sueños vívidos anidan,
como gorriones que trinan,
frutos del tiempo pasado,
pensamientos que culminan,
farragosas pesadillas,
sobre la almohada respiran,
sueños de amores titilan.
Necia ilusión que no llega,
pasa de largo la risa,
de soslayo mira el necio,
y la sombra de la duda,
en la mente se eterniza.
El valor no tiene precio,
ni hay contratos con el tiempo,
no hay normas en el amor.
En un lejano rincón,
se ha acuclillado el deseo,
mientras las luces deslumbran,
el devenir de lo auténtico.
Amor que vive y respira,
en la morada del pecho,
y en la voz se precipita,
lluvia de pálpitos nuevos.
En el mar de los recuerdos,
se ahogan amores viejos,
algunos apenas nadan,
otros sucumben al miedo,
y flotan perdidos restos,
como restos de un velero.
Inanimados se pierden,
por las corrientes del sueño.
La verdad va abriendo paso,
entre la negra hojarasca,
frena su empuje la farsa,
que impregna toda la vida,
y a su fuerza la acompaña,
la razón que se desvela.
La verdad canta tan alto,
que hasta la mar se acompleja.
Lo inanimado se aviva,
con el valor que palpita,
cobra vida en el amor,
la verdad lo ratifica.
No cree el títere que es títere,
su necedad le arrodilla.
La sombra campa a sus anchas,
por las negruzcas orillas.
La fortaleza se mide,
por el valor que la abriga,
y en el eslabón más débil,
reside la fuerza misma.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri