Entre dos sueños,
la suerte efímera,
certera elige los blancos,
de sus certeros disparos,
dejando rotas las vidas,
malditos dardos.
Entre dos aguas,
las penas siguen nadando,
a brazadas de coraje,
contra el ladrón y el cobarde.
Se va agrandando el espíritu,
con alas de libertad,
y va zurciendo el destino,
con hilos del corazón,
cada roto, cada herida.
La sombra es larga,
un sinuoso camino,
yerto huerto el del maldito,
que perdió su corazón.
Desentrañando mentiras,
vive atento el cantautor,
destapando el sentimiento,
que aletea en el interior.
Escalando melodías,
alpinista de la vida,
en sus arpegios sembrando,
de la vida cosechando,
la realidad en su canto.
La contradicción se esconde,
en cada lúgubre esquina,
en la palabra acechando,
en la mente sumergida.
El ojo todo lo ve,
el de quienes ven y miran,
siempre sin desfallecer,
la inmensidad que te asfixia,
la hermosura y el placer.
El corazón se hace trizas,
cuando la pena infringida,
va más allá que el dolor,
no hay canto que se resista,
hay corazones que gritan,
declama así el cantautor,
que siente y así denuncia.
El sentimiento camina,
conteniendo su estupor.
Habla con el firmamento,
quien se mira en las estrellas,
luciérnagas pasajeras,
de una sentida canción.
Amor nacido en la tierra,
entre los dedos la arena,
que se desliza y se aleja,
como insistente rumor,
que la canción se lo lleva.
Una melodía se oye,
entre los verdes abetos,
son cánticos de ilusión,
de esperanza entre los sueños.
Una cristalina voz,
de los corazones nobles,
como bellos manantiales,
murmurando una canción,
mientras el amor responde.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri