Inconsciente en la modorra,
la conciencia se rebela,
desvelando los secretos,
que en el subconsciente velan,
testigos irremplazables,
de la historia verdadera.
Entre nebulosas sueña,
y el sopor la huella deja.
Sí, es consciente el corazón,
cuando altera sus latidos,
cuando llega la emoción,
vive en alerta el instinto,
que en el animal aumenta,
pues su instinto no se altera,
con mentiras y demencias,
su instinto intacto se queda.
Amor que sigue su curso,
pasa de largo o se queda,
alumbra o solo da sombra,
se refleja o pasa cerca.
El amor solo hace nido,
en corazones que tiemblan,
si es sabia la libertad,
ante el miedo no se arredra.
Busca quien ama la vida,
una senda más auténtica,
no teme a la oscuridad,
entre dudas se despeja,
reflexionando camina,
meditando se concentra,
y no desprecia el color,
de la piel y las ideas.
Estrambóticos los sueños,
como sainetes o dramas,
deseos que se entrelazan,
de jugosos pensamientos,
atrevidos o apocados,
sinceros o ahítos de trampas,
de voces quedas o airadas,
que acarician o flagelan.
El tiempo cubrió de nieve,
calles, montañas, veredas,
y fue dejando sus lágrimas,
de puro blancas, de nácar,
posó sus pétalos níveos,
sobre inquietudes e ideas,
y con su blanco pincel,
barnizó serias cabezas.
No rinde la flor de plata,
se funde con las palabras,
y en su blancura plateada,
piensa el grande que es pequeño,
Y el más pequeño se agranda.
Así, entre níveas montañas,
el espíritu se escapa.
Corazón que se deshiela,
cuando hierven sus entrañas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri