Un carnaval de rostros,
filigranas de gestos,
rimero de sonrisas,
como lluvia de enero.
Palidecidas sombras,
rictus que se prodigan,
muecas de sensaciones,
que el haber determinan,
que enjugan los pasiones.
Hablan sobre el silencio,
sobre el hielo caminan,
en el aire sospechan,
las conciencias fustigan.
Un clamor de recuerdos,
un devenir de sueños,
la veleta justicia,
que se aleja sin verlo.
Verbos que no claudican,
aunque se pare el tiempo,
aunque sangren las manos,
aunque tiemble el cerebro.
Bocas que sacrifican,
con los nervios de acero,
corazones de piedra,
condenados sin serlo.
Viejos y nuevos sueños,
realidades de ensueño,
fantasías que terminan,
al final y al comienzo.
Besos que no culminan,
manos que nunca llegan,
palabras que se esfuman,
cual fumata en el viento.
Corazones de acero,
sin alma ni cerebro,
sentenciando la hambruna,
cercenando derechos.
Cabalgatas del hambre,
nómadas de sueños,
trashumancia de vidas,
ilusiones sin dueño.
Se ha quedado girando,
entre amores y anhelos,
y ha sembrado el camino,
de atractivos señuelos.
Se ha marchado sin rumbo,
buscando entre los huecos,
sin la sangre precisa,
sin mochila ni sueños.
Corazones de carne,
donde el amor es dueño,
donde palpita el tiempo,
donde nace el deseo,
donde se agita el nervio,
donde el deseo es eterno.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri