Ya no cantan los gorriones,
la noche extiende su sombra,
seres nocturnos deambulan,
oscura y mágica trampa.
Las siluetas se confunden,
con la negrura que danza,
la respiración se pausa,
o ante el miedo se desata.
Suspiro entre los alientos,
nacidos de la emoción,
vueltos del revés los nervios,
al sentir que se estremecen,
los sentimientos latentes,
que emergen del corazón,
como tibios riachuelos,
que emanan del interior.
No sabe que el tiempo pasa,
el variopinto jilguero,
ni sabe que quien infecta,
con su aliento ponzoñoso,
pudre el aire que respira,
su pequeñísimo cuerpo.
Azufre transporta el viento,
quemando vidas y sueños.
El amor canta entre dientes,
con la voz de los placeres,
esconde el rostro el temor,
ante el ímpetu que impele,
y es su poder superior,
al miedo que le somete.
La melodía se transforma,
cuando el aire se desboca.
Amor que vive en la boca,
y nace en el corazón.
Canta al Sol el ruiseñor,
y enmudece ante la Luna,
amor de vientre y de cuna,
de nácar la carne pura,
y la canción se derrama,
en su débil estructura.
De noche el sueño se apura,
para de día ser más fuerte,
y entre sueños se vislumbra,
la vida que se estremece.
Las voces son de los otros,
la canción es solo mía,
que en inquietante armonía,
se queda entre los rescoldos.
Amor que arropa y que abriga,
amor que rompe la brida,
amor que canta sin voz,
y sin oír se desliza,
amor que del sueño liba,
amor que a la muerte dribla.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri