Bastaba con el ver de sus ojos para conocer el
brillo de la vida que su alma poseía.
Al pensarla vienen a mi mente recuerdos de
cuando mi vida renacía,
ese momento cuando mi boca le pertenecía
y mis manos le daban forma a su sombra
moldeándola al contorno de mi pasión…
Haciéndola de mis pasos, la dueña en cada
canción.
No me extraña el no verme sin ella,
es como mirar al cielo y no verla en cada
estrella,
mirar mi reloj y saber cuándo mi tiempo le
pertenezca,
mirarme al espejo y no reconocer mi esencia,
perderme en el vacío que quede sin su
presencia …
No, no me extraña que no quiera verme sin
ella,
¿Quién está dispuesto a verse sin su musa
etérea?
¿Quién renunciaría a su felicidad entera?
No sería yo si no hablara
de quien me regala su vida a cada beso,
si no la inmortalizara a cada letra que me
inspira,
si no quisiera ser fiel a su piel,
el querer dejar huella en el valle de sus
senos,
empaparme en su cascada de placer,
que
diga mi nombre incluso cuando a su lado no esté,
que sepa que su sudor es el elixir de la
pasión
y que combinado con el mío
nace para el amor un néctar nuevo,
un néctar que es de los dos y para los dos,
un camino entre nuestra voz
que nos hace volver por donde partimos,
un sentido nuevo que tomo nuestra libertad
desde el momento en que nos vimos,
reescribir el erotismo
a cada arrodillada ante tu altar,
desear ser eterno en ti
y que nos resguarden los te amo
que nuestra boca pueda soportar.
Que pasen las horas y no saber de mí,
es señal de que a cada palabra
mi alma con gozo vuelve a ti.
Sé que guardas mi recuerdo entre tus manos,
me di cuenta cuando acariciabas mi cabello
y deseabas que me quedara por más tiempo, y es
tierno,
porque sabes que soy tan tuyo
que incluso tu nombre en el segundero está
impreso.
Tu imagen renace con el amanecer,
me acaricia con el primer rayo de sol,
intrépida escalas desde mis sueños
hasta mi alma,
sabes por dónde ir, lento y con calma,
disfrutando de mi amor por ti como el hornear
una tarta:
A fuego lento para que esté lista a su tiempo…
es igual con lo nuestro:
a cien caricias por momento,
quizá un montón de te amo
por cada recuerdo,
con el milagro de tener más de diez
poemas rápidos por un par de besos lentos,
y morir de amor por darnos la única vida que
conocemos,
el saber que somos tan nuestros
el sentir que esto no es nuevo,
darnos cuenta que es tan perfecto que,
sin saber cómo,
de
suspiros ya expirados nos conocemos…
De pieles extrañas nos recordamos…
Y con un poco de fortuna en la tragedia de
vivir:
Entregado uno a otro, hemos decidido con quién
morir.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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