Como el agua entre los dedos
el tiempo se me pasó,
jamás pensé en retenerlo,
mi trabajo me costó
asumir que el tiempo pasa
y nunca jamás volvió.
Recuerdo, cuando de niño
tan lejos veía yo
este extremo de la vida
al que el tiempo me empujó.
Esto es
lo que ocurrió …
La vida es una calle corta,
con poca numeración.
Empieza el uno, y el dos.
Pasa el veinte …
Pasa el treinta …
Y de pronto se acabó.
Quedan huecos en la calle,
solares donde existió,
el cuarenta, y el cincuenta,
números que no alcanzó
el que a ese punto de calle
la vida no le llevó.
Otro llega hasta el sesenta
y puede mirar atrás,
viendo ya una larga calle
que no volverá a pisar.
Recuerda que por el veinte,
una mocita le amó.
Muy poco más adelante,
un hijo le trajo Dios,
el cual por su propia calle
hace tiempo se marchó.
Cuando niño te parece
esa calle sin final,
ya que tu visión no alcanza
ni siquiera a la mitad.
Mirando desde el principio,
no llegas a imaginar,
que a vuelta de aquella esquina,
ahí mismo,
puede acabar.
Te parece que ni un bache,
en ella te encontrarás más,
puede que queden tramos
que estén aún por asfaltar.
Existen calles que acaban,
contra un muro que saltar,
otras llevan al abismo
imposible de pasar,
también caminos de rosas,
perfumadas de azahar,
nunca sabrás al principio
lo que te vas a encontrar,
cuesta arriba o cuesta abajo,
avenida principal,
autopista gratuita,
o camino vecinal.
Lo de que sea larga o corta,
eso se verá al final.
Hay calles que se acabaron
sin ni siquiera empezar,
proyectos que se abortaron
y nunca vida tendrán.
Las hay largas y estrechas,
sórdidas,
sin sol jamás,
de las
que dan miedo si tienes,
por
ellas que transitar.
Otras,
son largas,
con docenas,
y aún más,
de números, que en sus fachadas
brillan con felicidad,
anchas,
bien iluminadas,
cómodas al caminar.
Sea cual sea la calle,
que te ha tocado pasar,
no dudes, ni tengas miedo.
Síguela hasta el final.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.
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