La imagen reflejada se apodera,
como imagen veraz y verdadera,
de la imagen fugaz que se desvela,
difuminada vista que se vela.
Perdida la razón pierde la vida,
que esconde el corazón,
que queda malherida en un rincón,
cual sombra pertinaz entristecida.
Sin luz en el zaguán de la esperanza,
ceñida a la ilusión que la desangra,
quiere entrar desesperada la nostalgia,
en un atardecer de fantasías,
invocaciones, letanías y plegarias.
Esperando impaciente vive y ama,
el cuerpo y la pasión que la reclama,
amar sin corazón, fútil falacia.
Espejo de las noches y los días,
condicionado reflejo de sospecha,
verdad que sin tapujos se refleja,
tratando de esconderse sin defensa.
Verdad que se camufla noche y día,
entre sábanas, trincheras y codicias.
Espejo que reflejas lo que olvidan,
las imágenes patentes que revelas.
Ausente la razón se quedan solas,
las falacias, aranas y mentiras,
un largo devenir de viles fantasías,
cargadas de artificios y artimañas.
Así la sinrazón transita y campa,
sin respeto en las mentes aniñadas,
pueriles y carentes de criterio,
presentes, pero ausentes sin remedio.
Extrañas son las horas que llegando,
y quedándose a la ilusión se entregan,
cargadas de pasión se van moldeando,
en el atardecer, al fin acomodadas,
en el rincón donde el amor se afana,
donde bailan sin pudor y sobrevuelan,
aventureras y atrevidas ganas,
caricias y ternuras aromáticas.
La imagen reflejada se detiene,
levitando como un sutil fantasma,
y mirando de soslayo al yo que siente,
se mofa sin remedio al contemplarla.
Espejo de los días y la noches,
fiel testigo sin rubor ni trabas,
juez justiciero que juzga al reo,
sin dudarlo, con el mazo y la balanza.
Amor entre las notas al unísono,
del alma que deambula con soltura,
el viento se ha quedado detenido,
al ver enrojecer a la criatura.
Amor cual diapasón que vive al ritmo,
de la vida entre las vidas que maduran.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri