La sombra viaja conmigo,
a donde quiera que voy,
pero no sufre, ni llora,
y no me hace reír,
pegada a mí se desliza,
de espaldas y de perfil,
siempre se mueve conmigo,
sin un gesto, ni un desliz.
Tierra mía que sustenta,
a mi sombra y a mi cuerpo,
acógeme entre tus brazos,
que quiero ser el terruño,
de tu vientre de respeto.
Sombra, que no me das sombra,
sígueme, que yo te quiero,
y el día que me abandones,
seré un soplo de los tiempos.
La sombra viaja conmigo,
como la sangre y el cuerpo,
al mismo ritmo camina,
que se mueve mi esqueleto,
y tozuda y persistente,
se pega a mí con esmero.
Negra sombra, que no arropa,
que ni abraza ni da besos.
Me acompaña cuando amo,
cuando río y cuando bostezo,
es la sombra de mis días,
de enérgicos movimientos,
que se queda agazapada,
cuando duermo, por respeto.
De grises a negros torna,
de diminuta a enorme,
si la luz cambia sus efectos.
La sombra viaja conmigo,
que siga por mucho tiempo,
persiguiendo los andares,
o a los sones de un bolero,
danza en todo los terrenos,
si brilla el Sol o un lucero,
baila el rock and roll o el tango,
según le ordene mi cuerpo.
Sombra, que vives conmigo,
sin pedir a cambio, ni esto,
ni un mal grito, ni un mal gesto,
a mis órdenes, callada,
siempre enlutada, en silencio.
Que vivas por muchos años,
que lo propio, hará mi cuerpo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri