Hay quien nace buscándose.
Y se busca tanto, y tan lejos,
que se sumerge en mares olvidados.
Hasta que acaba perdido.
Y se acecha, al menor descuido, sobre
un desfiladero, sobre la rosa blanca
que duerme junto a la plaza, o se ve
entre cordilleras, juntando anhelos.
Y visita continentes, y alardea de ellos;
y come con parientes lejanos. Confunde,
al regresar, el idioma de los suyos.
Entonces, se entristece, y rompe con todo.
Finge estar desaparecido. Aunque muchos,
conocen y saben de sus circunstancias.
Él, que no sabe si regresar a un pasado
inexistente,
o tolerar el presente, habla
en murmullos, que olvida al instante.
Y cree ser sordo, y ciego, y mudo. Y la
palabra
tarde, se dibuja sobre su rostro cerúleo, como
una
nube sedienta que sólo quiere vengarse.
Se deja atrapar por la cobardía, escarnecer
por el esfuerzo de los años. Se deja llevar.
Y abandona, sin abandonarse del todo.
De repente, algo le domina, y lucha,
buscando nuevos continentes. Es viejo,
o casi viejo, pero la experiencia siempre
fue un grado, le dijeron, y los contenidos,
ya no le asustan.
Hasta que al final, encuentra su alma,
dormida, como nunca lo estuvo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri
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