Dedicado a Nury Parra.
"El destino lo hace cada hombre, dicen algunos
intrépidos. Otros, mas despreocupados, lo dejan en manos de lo divino. Yo solo
diré, que quizá el destino sea un cúmulo de inevitables casualidades entre días
muertos".
Iban acumulando casualidades por el mundo. Ella, era una
ruptura en el espacio y el tiempo del universo, un fragmento de poesía que
cortaba lo cotidiano, y escupía lo mundano. Una Alicia en un país sin
maravillas.
Él, observaba con ojos de poeta. Miraba cada línea, cada
reglón, cada párrafo, cada página de esa obra viva. Escuchaba historias y
miedos, sentía abrazos contenidos y besos huérfanos. Sus miradas, un grito en
medio del silencio de sus bocas. Sus corazones, una continua invitación a
nuevas coincidencias, sus razones hacían dar media vuelta y caminar de
espaldas.
Desgastados, con sus almas hechas apenas fibras de luna,
leían lo prohibido, escribían lo clandestino. Se contenían, hacían del pecho
hierro, de sus labios fuego, de sus brazos raíces. Pero al fin de cuentas y de
vida, ¿quién podría soportar el sentimiento?
¿Qué podrían saber un par de gotas sobre la infinidad del
mar? ¿Podrían dos estrellas infantes hablar sobre soles?. Evitar, solo hace más
grande el deseo, y el impulso se hace más primitivo. Se hace visceral. Nace
entonces el afán, las ganas, las extrañezas, las ansias de otra noche, de más
tiempo, de robar los números al reloj y su puesto al tiempo. Entre más se
quieren alejar, más se acercan. Se impulsan con voluntad sobrehumana en
direcciones contrarias, solamente para estrellarse con fuerza en otro punto de
la esfera de las infinitas probabilidades, de las coincidencias que muchos
llaman destino.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri