Camina sin prisa el sabio,
reflexionando sin pausa.
Con la mente y los sentidos,
simbióticamente unidos,
como la tierra y el agua.
Absorbe lo que acontece,
como una esponja que bebe,
de la humedad de la nada.
Las ideas van y vienen,
como ráfagas que hablan.
Y susurra entre los dientes
lo que su frente le manda.
Viaja la sombra a su lado,
que su presencia resalta,
imitando sus maneras,
como si el ser levitara.
Va acariciando las piedras,
con la sombra de sus ganas,
y los árboles se inclinan,
para refrescar su marcha.
La cadencia de sus brazos,
como las gráciles aspas,
al balancearse hablan.
La brisa abre camino,
para que piense quien anda.
Senderos quiere la mente,
para encontrar su morada.
La morada del saber,
entre atajos sepultada.
Sinuosos laberintos,
sembrados como cizaña,
para probar la pericia,
que desmenuce las trampas.
En etéreas avenidas,
se va perdiendo la vida,
en una quimera anclada.
Estelas entre la niebla,
que conducen a la nada.
Camina la sinrazón,
junto a la ira enquistada.
Dando furibundos pasos,
que como losas aplastan.
La voz curtida del sabio,
en su medida templanza,
habla dejando verdades,
y cada palabra escrita,
impresa a fuego resalta.
Camina la necedad,
sin licencia ni verdad,
en la mentira arropada.
No se cansa quien no medra,
de contemplar la belleza.
No se detiene quien piensa
y no se hastía quien ama.
No retrocede el valor,
cuando de valor se trata,
ni vuele hacia atrás la vida,
aunque el pasado le habla.
No vuelve quien se marchó,
ausente de amor y ganas.
Y no regresa el saber,
cuando la ignorancia manda.
Dejó el camino el viajero,
al ver que no andaba nada
y sentado se durmió,
con la vida que quedaba.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.