lunes, 14 de diciembre de 2020

PARA SER AMANTE Y CÓMPLICE.

Señala el tiempo al traidor,

fija el final la partida,

y se hace un hueco la vida,

para alcanzar el valor.

Se duermen las pesadillas,

despierta al tiempo el suicida,

y se abre camino el sol,

brasas entre las cenizas.

 

La aurora llamaba al sol,

para alumbrar lo que brilla,

y la luna se ocultó,

reculando de puntillas.

La voz ronca se afinó,

y se afinaron las vidas,

para despertar mejor,

y ver renacer el día.

 

Caprichos del corazón,

verdades que se maquillan,

mentiras que se acuclillan,

para engañar al amor,

el nervio canta a la vida,

vibrando cual diapasón,

y crece al fin la semilla,

que la lágrima bañó.

 

Amor que cruza la línea,

que traza el miedo sin prisa,

que va cercando la envidia,

fronteras de odio y rencor.

Torna a vendaval la brisa,

y una minúscula esquirla,

corta de cuajo la flor.

 

Volar sin miedo el gorrión,

inmerso en su canto prístino,

cantar sin miedo el cantor,

contra quien saquea y exprime.

Soñar libre y sin temor,

vivir sin trabas inútiles.

El mar brama su canción,

para que el respeto prime.

 

Señala el tiempo al ladrón,

que entre bambalinas ríe,

y se destapan las fosas,

de podredumbre que existen,

despierta el verso, que exánime,

vuelca su voz mientras vive.

Amores sin condición,

para ser amante y cómplice.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

NAVIDAD PARA TODOS.

Si sabe la Navidad,

del hambre y de la tristeza,

y de la necesidad,

que no es todo pandereta.

Llenar la panza sin reglas,

mientras la hambruna se ceba,

con la olvidada miseria.

 

No sabe la Navidad,

de envidias y de diatribas,

si sabe de la verdad,

que azota a la misma vida.

No sabe el viento que es viento,

pero su fuerza derriba.

No sabe la Navidad,

si es amor o solo envidia.

 

Las penas son de nosotros,

la Navidad es ajena,

una suculenta cena,

para ahuyentar al demonio.

El hambre llama a la puerta,

pero a vacío resuena.

Si sabe la Navidad,

de presos y de condenas.

 

Bellas cadenas doradas,

que engrilletan y que apresan,

con el sabor de sus viandas,

de sus sabrosas pitanzas,

de sus cánticos y danzas,

de cariños que se expresan.

Volver sobre pasos viejos,

con los pies nuevos que hablan.

 

Navidad que te reflejas,

sobre el espejo del alma,

tienes los brazos cansados,

de sostener la añoranza.

Perlada la frente brilla,

en la luz anacarada,

de las brillantes pupilas,

de las bocas aniñadas.

 

Cantar sin voz, porque falta,

la verdad que la acompaña,

y los adornos se ciernen,

sobre los cuerpos que faltan,

amar sin luz, no hace falta,

si es auténtica la llama.

Navidad que te recreas,

en cada herida que sangra.

 

Si sabe la Navidad,

de la nobleza que es sabia,

y sobre la Tierra extiende,

su manto de oro y de plata,

la Navidad es de todos,

no solo de egregias panzas.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

VERDAD QUE EL AMOR ALCANZA.

Queda ausente la justicia,

la verdad huérfana queda,

y la dignidad se ausenta,

cuando el odio se recrea,

la razón se hace pequeña,

y se enquista el corazón,

despreciando la nobleza,

la mezquindad por bandera.

 

Matices quiere la voz,

y saber lo que se piensa,

en un rictus y una mueca,

se concreta la emoción.

Amor que tan solo medra,

a costa del corazón,

una nefasta ilusión,

que en realidad está hueca.

 

Tierra que al humano acoges,

en tu vientre y en tus venas,

en tus terrícolas brazos,

generosamente bella.

Tierra que a la vida entregas,

los frutos de tu cosecha,

y amamantas con tus ubres,

a las especies que creas,

amor que entregas sin tregua.

 

Racimos de sensaciones,

que como cascadas tiemblan,

reas son de las conciencias,

en volubles corazones.

No se compran los amores,

ni se vende el corazón,

no es la vida de latón,

ni son de humo los rencores.

 

De carne los sueños son,

de puro auténticos viven,

como erráticos latidos,

razones de lo vivido,

o lo que se ha de vivir.

La vida es un devenir,

entre realidad y sueños,

de viento, de carne y huesos.

 

Pasión que al verbo arrebata,

con la fuerza de sus garras,

garras de valor de vida,

que a las verdades libera.

Amor que al ser embellece,

que ennoblece y esperanza,

verdad que al amor alcanza.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

SOBRE EL AMOR QUE PALPITA.

La luz cenital se cierne,

sobre la pesada sombra,

Ilusión que se desborda,

en el río que se pierde.

Carne y sangre, voz y aire,

verso y rima, que se nombran.

La tierna palabra asoma,

del cuerpo que vive y crece.

 

Vio el poeta el infinito,

en su infinito vacío,

y sintió el latir sin ritmo,

preso en el insondable frío.

Buscó la luz en el fondo,

del inmenso desafío,

y amó el misterio profundo,

la verdad de su castigo.

 

Hojas secas que en el viento,

dibujan siluetas libres,

en el aire van sin rumbo,

al socaire de los tiempos,

como una brizna de aliento.

Bailando incesante el verso,

busca el verbo, y en el aire,

va gestando sortilegios.

 

Luz cenital que se cierne,

sobre el aterido cuerpo,

su cálida claridad,

rompe en pedazos el hielo,

que habita en la soledad.

Claridad que mora y vive,

en el amor y en el tiempo,

en el corazón más tierno.

 

Pasión que desborda el verso,

si emerge del corazón,

un torrente de emoción,

que sacude carne y sueños,

como un elegante halcón,

que otea en el firmamento,

preso en su muda tensión.

 

Vio el poeta el infinito,

y en un ínfimo resquicio,

sembró una pizca de brillo,

en el profundo vacío.

Pintó de luz y de ritmo,

sembró de esencia el camino,

y decoró la tristeza,

con la sonrisa de un niño.

 

La luz cenital se cierne,

como una mágica lluvia,

que humedece los sentidos,

en los famélicos gritos,

como truenos doloridos,

de la tormenta que asola,

los derechos adquiridos,

lluvia intransigente y ácida.

 

Mágica fuerza que impele,

caricia que la piel huele,

una brillante sonrisa,

en un corazón que hierve,

la nobleza que transita,

en la tierra y en el vientre,

y un poeta que se yergue,

sobre el ser que se arrodilla.

 

Luz cenital que se cierne,

sobre el alma que transciende,

sobre el amor que palpita,

sobre el verso que ama y siente.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

SI ES AUTÉNTICA SU LUZ.

Miró el viejo al horizonte,

con los ojos del saber,

sabia y cristalina luz,

que a las sombras ilumina,

sabe en su lucha constante,

que bebe del contraluz,

que entre grises se adivina,

de la intensa negritud.

 

Salvó la trampa el prudente,

saltó el muro el atrevido,

y el loco perdió el sentido,

en su inestable inconsciente.

Venció el pequeño al gigante,

el rico arrebató al pobre,

y el malhechor se burló,

en la penumbra escondido.

 

Sollozos entre las risas,

agrietadas sensaciones,

como esquirlas de emociones,

que giran como molinos.

Yerra el sabio entre las prisas,

y el inocente se pierde,

sendas de pasos perdidos,

disolutos en el aire,

como profetas que mienten.

 

La voz profunda se pierde,

y el viejo al camino vuelve,

para sembrar lo vivido.

La vida en la flor se embebe,

dando belleza al olvido,

lo bello del amor bebe,

dando a la vida sentido,

como a cada cual su sitio.

 

Miró el viejo al horizonte,

con la mirada de un niño,

bordó las sombras de luz,

de saber tejió el destino,

y saboreó el camino,

pendiente de recorrer.

Volvió hacia atrás la mirada,

un intenso tragaluz,

de experiencias consumadas.

 

Forjó el amor su andadura,

preso o libre entre las brumas,

del verbo en su devenir,

y es su voz prístina y pura,

si es nítida su locura,

si es auténtica su luz.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

domingo, 22 de noviembre de 2020

VIVIR SIN AMOR.

Solo me falta una cosa

para que pueda morir,

porque ya lo tuve todo

y aunque todo fue a mi modo...

solo me falta vivir.

 

Ya vi pasar a los años

y ninguno regresó,

el tiempo no se detiene

nadie sabe lo que tiene

solo cuando lo perdió.

 

Tarde lo vine a saber

me guardé muchos te quiero,

aunque pude no ayudé

pero a muchos lastimé

por querer ser el primero.

 

Y por tal si ahora muero

la vida no perderé,

pues a pesar que la tuve

siempre muerta la mantuve...

porque pude... ¡Y nunca amé!

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

FLUYE LA IDEA ...

Fluye la idea en la mente,

semilla que así germina,

y se aposenta tranquila,

vive, pero tenuemente,

mientras la carne palpita,

sutil sin parar camina,

transita pausadamente,

y corre o viaja sin prisa.

 

Viejo batel que navega,

desconchadas sus cuadernas

orgullosamente erecto,

desafiando a la galerna,

velas henchidas de auroras,

aventuras en la quilla,

timonel que observa y sueña,

delirantes pesadillas.

 

Camina, siempre camina,

regio, recio y decidido,

enarbolando entre olas,

la silueta de sus ritos.

Camina, siempre camina,

hendiendo surcos de vida,

y va dejando moléculas,

en cada ola que salpica.

 

Fluye vacilante idea,

extraña entre las que medran,

y va flotando sin rumbo,

sorteando a las que reptan.

La genialidad se oculta,

en la maraña que impera,

y como un batel da tumbos,

ante la intensa marea.

 

El tiempo ha dado la espalda,

silencioso, terco y ciego,

a la mirada y la voz,

a la exclamación airada,

no sangra ni siente enojo,

perdona y a veces cura,

otras flagela a su antojo,

no descansa ni se altera.

 

Batel que hincha las velas,

con el soplo del dios Eolo,

en las carnes de la mar,

hiende el cuerpo con arrojo,

en su andadura a bandazos,

busca el rumbo con los ojos.

Roe el tiempo la cubierta,

oxida el tiempo su rostro.

 

Camina, siempre camina,

pausadamente o veloz,

buscando amor entre nieblas,

y en la vida una razón.

Camina, siempre camina,

sobre ascuas o algodón.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

ESPERANDO EL MAÑANA.

Colgado en los recuerdos,

vive el otrora, ayer resumido,

un marasmo de sueños,

de ideas un compendio,

entre efluvios de olvidos,

de certezas compuesto,

se alternan entre ensueños,

verdades y delirios.

 

Roja aurora que nace,

de noches que fenecen,

resplandecientes soles,

que en lontananza lucen,

un destello sublime,

hace hueco entre grises,

y la sospecha crece,

de un futuro inminente.

 

Grita en mudo silencio,

la verdad entre dientes,

y se apropia el recuerdo,

de la mente silente,

mientras la vida sigue,

en la ardiente vorágine,

y se pudren las voces,

en el grisáceo encierro.

 

Sensaciones fugaces,

que anticipan los hechos,

y un rosario de voces,

como murmullos yertos.

Diluye la idea el tiempo,

fútiles pensamientos,

acomodadas noches,

agitados encuentros.

 

El poder se aglutina,

veloz, casi en secreto,

y enquistándolo todo,

va ignorando los hechos.

Sentimiento sin nombre,

camuflado, sin alma,

pululando entre sombras,

inmerso en la rutina,

en una falsa calma.

 

Amor entre los dedos,

entre suspiros baila,

en la mirada beodo,

de secretos se empaña,

en el ímpetu absorbe,

excitante en la calma,

sobrecoge y acoge,

cuando su fuerza abraza.

 

Roja aurora que nace,

noche oscura que calla,

corazones al borde,

de la voz que los llama.

Clara luna que mece,

con su faz plateada,

y unos ojos cerrados,

esperando el mañana.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

COMO UN FIBROSO DOGAL.

Viaja el miedo entre los huecos,

donde vive la esperanza,

y va ocupando lugares,

lugares entre los huesos,

el miedo atenaza el nervio,

que titila cual estrella,

centelleando en el Universo,

como un suspiro de viento.

 

Una ráfaga en el aire,

un temblor entre los dedos,

y la erección de las pieles,

que se encogen como arrugas,

como arrugas en la hiel,

en la hiel de los adentros.

Pálpito que se hace el dueño,

de temblores venideros.

 

El miedo asombra y abduce,

un insondable agujero,

un abismo que seduce,

si al fondo se mira atento.

La voz cuajada de espinas,

de palabras sin acento,

y una pálida sonrisa,

fantasmal como en un sueño.

 

Temblores de indignación,

sembrados de sentimientos,

que atenazan lo que falta,

lo que arrebató el temor,

dejando al aire los huesos,

helando las coyunturas,

que agrietan el corazón,

dando pábulo al desprecio.

 

Amor que al miedo acompaña,

vistiéndole de valor,

cicatrizando las grietas,

restañando el corazón.

Se burla del miedo el tiempo,

ya no es de miedo el temblor,

si es de amor el sentimiento,

si es de nobleza el temor.

 

Rimeros ruedan sin pausa,

de las sanadoras lágrimas,

de la furtiva esperanza,

que se eclipsa y que se asoma,

que mira observa y se va,

o de repente se plasma,

en los ojos que perdonan,

entre los pliegues del alma.

 

Miedo que engrilleta y faja,

como un fibroso dogal,

que solo el amor desata,

que solo el valor vital,

deshace el terror que mata.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri

EN LA FRONTERA LARGA.

Una fina línea los separa,

dolor y amor reunidos,

inestable equilibrio que levita,

cimiento firme a veces,

otras, leve pluma al socaire,

de tiempos y de embates.

Así, por fin unidos,

en un anochecer, de vigor renacen.

 

Sempiterna canción, que el viento acerca,

a oídos de ilusión que se recrean,

plegadas las pestañas a los ojos,

sin ver, que por latir el corazón,

en ocasiones, al sentir no piensa.

Un vaivén de temores y sospechas,

una locura que arrastra la razón,

un vendaval que abraza y que se aleja.

 

El mar sin compasión te abduce,

en su vientre te acoge y te desangra.

Pasión, que cual tifón arrasa,

que seduce, que liba y desfallece,

que zarandea sin piedad y sin plegarias.

Un torbellino, que atrae y desmadeja,

un polvorín pendiente de la brasa,

una pasión que explota y que despeja.

 

En la frontera de la carne se aposenta,

bailando entre los surcos de la mente,

tejida la pasión de los amantes,

en la urdimbre de los hilos que la cosen.

Frontera de deseos y caricias,

en las lindes del amor que se desea.

La fina línea, que la ilusión traspasa,

buscando la esperanza que la impele.

 

Busca insaciable el norte el caminante,

perdido en las burbujas de su encierro,

cárcel y prisión de sus anhelos,

en las jaulas mortales que le cercan.

No se cansa el amor de estar presente,

tozudo, pertinaz y resistente,

flotando sobre el mundo penitente,

en el viento sutil que le desea.

 

Amores y pasiones siempre amantes,

de dolores y pesares revestidos,

de locuras y aventuras recubiertos,

en las frágiles neuronas de sus mentes.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri