Cicatrices en las carnes,
de las heridas pasadas,
heridas que irán llegando,
cicatrizando mañana,
surcos en la piel caliente,
de cada ilusión truncada,
flecos en el corazón,
de las cosechas sembradas.
Poco a poco o velozmente,
como un suspiro, una brisa,
un instante o una prisa,
una fracción que se acaba,
un momento que termina,
la levedad de la risa,
la instantaneidad del habla,
la transcendencia precisa.
Reguero de sueños vacuos,
como lágrimas sin brillo,
posesos de los escándalos,
de alocados estribillos,
dormida en sueños la calma,
vacía de amor la soñada,
y duermevelas de ensueño,
para aliviar a quien ama.
Heridas en las costuras,
de noches atormentadas,
pavor en las pesadillas,
que retuerce las entrañas.
Amor que asoma y se esconde,
porque se apaga la brasa,
enfebrecidas la voces,
que ante la tormenta callan.
Cicatrices en las manos,
de aferrarse a lo que agrada,
diluyéndose en la piel,
las caricias ya pasadas,
guarda memoria la piel,
de las heridas causadas.
Amor de pálido a etéreo,
apasionado e infiel.
Un paraíso que se fue,
una aventura que pasa,
aquella mirada fiel,
de aquella clara mañana,
aquel hermoso vergel,
ahíto de frescas viandas,
y amor que viene y que va,
escrito sobre la nada.
Heridas que no cerraron,
impresas con un troquel,
que cada mañana sangran,
un abismo sin tapar,
profundo, negro y sin alma,
ese vacío que abduce,
que a su oscuridad te arrastra,
no cicatrizan las llagas.
Amor de plausibles notas,
de mágicas filigranas,
en sus bordes de algodón,
amores que nunca sangran,
temores que se disipan,
como niebla en la mañana,
amor que llega y se queda,
cuando encuentra libre el alma.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri