Plácido es el caminar,
pensador, libre e intenso,
pasos firmes pero leves,
cuasi ingrávidos y místicos,
pasos serenos y efímeros,
andar sin pausa el camino,
torna a etéreo el meditar,
libre de cargas y mitos.
El viento rozó la piel,
como el mar besa la arena,
y cobró vida el vergel,
de la carne que le llena.
Besó la cara la brisa,
bailó al aire la sonrisa,
y vibró el labio de pena,
cuando huyeron las caricias.
Sentó en su mesa al respeto,
dio cobijo a la nobleza,
alimento a la conciencia,
y al amor dio de beber.
Invitó en su corazón,
a la alegría y la belleza,
dio posada a la ilusión,
y rechazó a la tristeza.
Caminante sin rencor,
pasajero de sus penas,
constructor de las ideas,
de sus mejores momentos,
protagonista y actor,
de sus errores y aciertos,
vigilante de su amor,
esclavo de sus deseos.
Tranquilo es el transitar,
cuando ennoblece al viajero,
y más bello es el mirar,
que tan solo ver el cuerpo.
Anda el pobre y anda el rico,
camina el sabio y el necio,
y la muerte va con todos,
en la sombra de sus hechos.
Plasmó en el lienzo su obra,
verdad que nace de dentro,
como lágrimas del alma,
bañando los sentimientos.
Dibujó el amor quien sabe,
amar dentro del respeto.
El tiempo mira tu sombra,
que camina junto al cuerpo.
Las dos mitades se unen,
para construir lo bueno,
con dos fragmentos de amor,
se puede amar a lo ajeno.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri