Que no tapen las sombras,
la alegría que llevas,
que no se congele el gesto,
que la pasión no fallezca,
que la emoción no se hiele,
en la mirada sincera,
y que no cesen las lágrimas,
ante la injusta condena.
De la pena tal vez olvidada,
con las prisas y locas tareas,
en la risa que todo ilumina,
en los ojos de mirada auténtica,
ha quedado la sutil sonrisa,
en los labios sinceros callada.
La mirada que todo lo dice,
aunque el resto del rostro no habla.
Que no rinda el peligro tu arrojo,
no se pierda la esencia que brilla,
que el amor que reflejan los ojos,
no se empañen con burdas mentiras.
Que no venza el desprecio a la vida,
ni el valor de lo bueno sea antojo,
que aunque sea la ambición la premisa,
no se vuelva el respeto un despojo.
Que los vientos no frenen los pasos,
que de firmes van dejando huella,
una huella indeleble se quede,
en el tránsito de tu andar sin tregua.
Que no huya el amor a la tierra,
ni se rinda tu cuerpo a la pena,
que las penas con ser dolorosas,
son lecciones que la vida enseña.
De la dicha y el amor sinceros,
se desprende una luz ambarina,
una luz que sanando ilumina,
una lucha que nunca termina,
unos ojos, que de solo verlos,
hasta el odio en amor termina.
Que no quede la esperanza rota,
que no rompa la ilusión la inquina.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri