Déjame que al mundo diga,
lo que dentro de mi grita,
y permíteme que exista,
en el aire que respiras,
el sueño se encuentra dentro,
donde el amor se desliza,
sibilinamente atento,
tiempo que al amor admira.
Como en un reloj de arena,
que cada grano es un mundo,
vive y muere en un segundo,
la impredecible existencia,
de nada sirve la ciencia,
cuando cae el último grano,
de la limitada arena,
que se disuelve en las manos.
Se tambalea en el alambre,
el ágil funambulista,
camina mirando al miedo,
reta al tiempo en cada paso,
y es su meta el otro lado,
donde se termina el hambre,
hambre de alcanzar la cima,
como anhela el alpinista.
Déjame que al mundo diga,
que me domina la duda,
que cada paso es un intento,
de mejorar la andadura,
que soy un soplo en el viento,
una gota en el cristal,
de la lluvia torrencial,
que anega sendas y criaturas.
Como el beodo que camina,
sobre el hilo de un instante,
duda el ave que al posarse,
vibra la rama en el aire,
sobre la que hacer su nido,
de nuevo remonta el vuelo,
y en cada paso el beodo,
salva de su vida el trance.
Déjame que al mundo grite,
lo que en mis entrañas bulle,
permíteme que me arrulle,
en el seno de tus días,
y en el tiempo que me queda,
de titubeo en el alambre,
vea la verdad en cada instante,
en el resto de mis días.
Amar quiero cada día,
en cada causa que emprendo,
justicia a quienes terminan,
sin justicia en el encierro,
cada vida es un derecho,
aunque la piel sea distinta,
o sea distinto el acento,
de a quien el odio fustiga.
Déjame que al tiempo diga,
que me conceda más tiempo,
para dar lo que me queda,
de mi tiempo aventurero,
déjame que sea maestro,
y aprendiz de mis desvelos,
y buceando en lo auténtico,
de valor a cada día.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri