Amores que en la distancia viven de las palabras,
en los desiertos del alma claman en silencio
lo que la voz oculta no les alcanza.
Se va yendo la tarde entre fragancias nuevas,
el arrullo de una paloma le trae sones desconocidos
alegrando cada rincón de su alma.
No amenaza la noche con sus sombras y penumbras,
no, los ecos que han vuelto con la fuerza de nuevos
tiempos, han abierto las alforjas cerradas.
El día esperado, tan ansiado, al fin le llegó con sonidos
del agua transparente, que, al bañar la ribera, se libera
y le canta canciones con dulces caricias.
Sale la rosa como por ensalmo de las alforjas
buscando las olas que la sueñan, estamos aquí, les dicen
y ella las acaricia, a cambio, las bañan de espuma.
Estaremos siempre para ti, le vuelven a decir las olas,
somos de tu piel, lo que la sal es de nuestra esencia,
por ti soñamos y nos convertimos en cantos de caracolas.
En cada una que bañe sus aterciopelados pétalos,
Serán cada uno de los besos que se acumulan en las
ausencias,
cada ola de pasión es una entrega de su mar, de su alma.
Alegre levanta el vuelo la paloma blanca,
llevando entre sus alas una rosa prendida,
apareciendo en el sueño de su enamorado
que se despierta y mirando a las estrellas,
da gracias al cielo por escuchar sus plegarias.
En ese instante se levanta, abre las ventanas
y ve como una estrella fugaz surca los cielos,
-es mi amada que, en su estela dorada,
me deja un suspiro, un apasionado te amo.
Labios abiertos, húmeda fragancia, que en la distancia
suspiran por los de su amor que la está oyendo:
convirtiese en corcel
y galopando rompiendo el viento, va a su encuentro.
Dos labios abiertos que esperan, dos que llegan,
pasión entre dos cuerpos que tiemblan,
como tiemblan los trigales mecidos por la brisa.
Por primera vez supo quién era y a quien pertenecía,
por primera vez dejó de tener miedo a los silencios,
los caminos estaban alumbrados
y se oía el canto de los pájaros;
con la mirada fija en una luz que le llegaba, se dijo:
sí de lágrimas y suspiros están hechos los cimientos
de todo lo que se hizo, de la distancia el futuro
y de su aterciopelada piel se desprende la fragancia
que salva las penumbras,
¿qué más falta que sentir el gozo en el calor de su cuerpo
para que continúe la música que envuelven mis sueños?
Con ese pensamiento se echó a las arenas del desierto,
unos ojos le llamaban, un suspiro le guiaba,
por equipaje, la mochila cargada de versos
por alimento, racimos de perlas doradas.
Por las noches, cuando de madrugada miraba
las estrellas, se decía…
amada mía, inventaremos un lenguaje nuevo,
en un mundo nuevo, donde solo seremos tu y yo.
Dos vasos descansaban en su pecho colgando de su cuello,
uno para él, y el otro…
para la que vivía en su corazón, para su amada.
Cuentan los que le vieron vagar por las arenas
que siempre lo llevaba puesto.
Cuentan también, que se le oía decir en sueño:
Quiero adentrarme en el laberinto de tu corazón
y agarrado de tu mano, encontrar la salida.
En el fondo, lo que buscaba, era ver en su cara una
sonrisa.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri