Nace el sueño del origen,
del núcleo donde se guarda
y va emergiendo en silencio,
como un manantial en calma.
Con los ojos hacia adentro,
mira el sabio a la esperanza,
con la profunda mirada,
con la pasión que hace falta.
El viento giro de pronto,
como huyendo de la nada
y burlando a la conciencia,
sembró de aires la mañana.
Aireó las viejas cuitas,
que la memoria guardaba
y limpió de polvo el rostro,
ajado por la migraña.
Entró de golpe la risa,
para fundir la resaca
y la carcajada aulló,
comunicando su hazaña.
Vio la sonrisa la vida,
por primera vez pintada
y en los labios entreabiertos,
se escaparon las palabras.
Dormida en el sueño está,
la exuberancia del alma
y ajena entre pesadillas,
la maldad vigila en calma.
Sembró el jardinero el lirio,
con la exquisitez de una hada
y la semilla lloró,
de alegría, al ser mimada.
Fugitivas melodías,
entre notas de esperanza,
arpegios de bellas vidas,
que nacieron para amarlas.
En el rincón donde habita,
el duende de la templanza,
se fabrican las tonadas,
que canta la sabia calma.
Reloj fiel e impenitente,
que cada andadura marcas,
con las flechas de tus horas
y el tictac de tu arrogancia.
Tus huellas a fuego dejas,
en cada segundo que hablas
y cincelas con tus notas,
cada vida sin mirarla.
Llegó el beso enamorado
y venciendo a la palabra,
sembró su fértil semilla,
en el corazón que amaba.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri