Tu mirada:
Resplandor que penetra en mi como si fuera
música que alegra el alma. Como el sol de una espléndida mañana que despierta
las flores, calienta los aromas y despierta los sentidos dormidos. Es así, que,
tu mirada, a pesar de estar oculta: oculta por el velo de la distancia y el
secreto que acompaña la ignorancia, tiene el don especial de traspasar tiempos
y distancias. El mensaje subliminal que transmite una persona especial: Tú,
cuando me miras, logras que mis palabras, que nacen con el temor de perderse en
la ignorancia, se sientan vivas aun confinadas en la periferia de mi pequeña y
humilde historia. No sé quién eres, pero el calor de tu mirada, que llega a
través de ese espacio indeterminado que nadie puede ver ni medir, hace que la escarcha
de mi entorno aislado y lejano, se diluya como se funde el hielo con la sal del
mar que tanto amo.
Hay miradas ocultas que no pasan
desapercibidas. Hay miradas como hoguera. Miradas que hablan, que callan, que
gritan. Miradas furtivas como ninfas tímidas y escondidas. Miradas mudas,
calmadas, aterciopeladas. Miradas inmensas como horizontes. Miradas
indiferentes, de un solo polo que, aun siendo diferentes, también son
importantes, respetables siquiera en ese instante que detienen su caminar dejando
la sutil huella de su paso por mi espacio tan necesitado del calor humano.
Hay miradas ocultas
y, aun así, o recatadas,
alumbran como antorchas
Hay miradas como hogueras
que derriten las escarchas.
Hay miradas que hablan
tan alto como sonoras y claras.
Miradas que callan, que gritan,
furtivas, mudas y a la vez lejanas
como horizontes alcanzables.
Miradas indiferentes
y, aun así, tan elocuentes.
Miradas como brisa que acaricia.
Miradas que, al besar, su aroma
a ternura, es anhelo, la huella
en la fe de un amor posible.
Mírame,
rogó el que esperaba en penumbra…
Y, antes de proseguir su camino,
se hizo la luz, y con ella,
logró ver del ayer, aquel instante
donde el punto de partida
fue un destello azul,
resplandor que despejó las veredas
de un alma que andaba a la deriva.
Es así, que, con su plegaria, su ruego,
el sentir mudo se le transforma,
toma cuerpo en el espacio alumbrado
por la mirada y le ahuyenta el miedo,
ese dueño y señor del negro silencio.
Pero, todo esto que digo,
-ilusión de un soñador empedernido-
no tendría sentido
si no fuera porque, al soñar
me siento vivo y puedo volar
y que, al despertar en la soledad,
-esa ausente de claridad-
me aferro con mi alma a la huella:
el paso esporádico por intermitente
que me permite, muchas veces,
dar gracias a la vida, a la vida
y a cuantas miradas furtivas
cuales ninfas tímidas y escondidas
dejan en mi modesta vida su aroma.
Gracias, muchas gracias por llegar,
por detener tu tiempo en el mío,
por hacer de mi espacio vacío
un Oasis donde puedo descansar
a la sombra de tu presencia
y, en tu luz azul, calmar la sed
que deshidrata mis palabras.
Gracias, muchas gracias,
por ser, por estar,
por motivar con tu bello mirar
el fluir de mi cantar que canta
al compás de aquellas olas
las que me vienen a confirmar
que, la espuma blanca y salada
aun besan las orillas del mar
de arena rubia aterciopelada,
donde descansan las alforjas
que ayer guardaban y guardan
las rosas, rosas perfumadas
que se abren cada mañana
al sentir las perlas anaranjadas
del rocío cuando el sol las baña.
Gracias, así me llegan tus miradas,
como rayos de sol entre las ramas
filamentos como huellas doradas
que acarician mis ramas mojadas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.