Un sentido suspiro,
una mano se acerca,
unos brazos levantan,
un corazón se vuelca,
y al palpitar derrama,
como una fuente mana,
de las pupilas llenas,
de lágrimas que bañan.
Intuitivas palabras,
que presienten y aman.
Brota la hoja sin sueño,
a la rama aferrada,
de la savia libando,
del tronco que la ampara,
cuelga la verde nota,
de irisadas cascadas,
da fuerza la más débil,
da la fuerza a la rama.
Brinda su mano el aire,
el roció da la cara.
Amanecer de luces,
en somnolienta calma,
atrevidos bostezos,
que alivian la añoranza,
circunspectos y etéreos,
como blandas almohadas,
despertar de los párpados,
despejando la estancia,
libre ya el escenario,
en los labios la danza.
Ha llegado la aurora,
de la mano del alba,
se despereza el cántico,
hace la luz su entrada,
y juguetean los claros,
con las ágiles sombras,
y el perfume que emana,
del despertar que agranda,
que ensancha la garganta,
la prístina mirada,
irradia nuevas caras.
Ha sentido la brisa,
suavemente aniñada,
una leve sonrisa,
escondida entre sábanas,
se adueña la caricia,
de la piel ambarina,
vuelta a tornasolada,
coloreando los gestos,
de morenas semblanzas,
abduciendo su karma.
Amanecer de bocas,
sutil adivinanza,
en la profunda sima,
que el amor esperaba,
la belleza nacida,
de la versátil alma,
cada gota es un bálsamo,
que purifica y sana,
una intrépida lágrima,
se ha disuelto, ya baila.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri