Las ramas, ya son más altas,
las hojas, son más lozanas,
y el tallo, se yergue ufano,
mirando al mundo con ganas,
como tallado en el tuétano,
en la esencia de las cosas,
el Sol, brillante le admira,
con la mirada orgullosa.
La mar rizada se encona,
el lago plácido en calma,
en el remanso los ríos,
descansan de su algarada,
la fuente sin pausa mana,
y el manantial cristalino,
alimenta las cascadas,
no descansa el torbellino.
Plácida tarde que acaba,
que se amodorra y se encastra,
dando a los verdes naranja,
colores que se contagian,
de la paz que sobrenada,
en las cristalinas aguas,
de bronce se viste el cielo,
de bermellón se disfraza.
Verdades que se aglutinan,
entre las hierbas más altas,
en la realidad prendidas,
como reales guirnaldas,
se mueven, como perdidas,
cual aves atolondradas,
despejando la maraña,
asoman tímidas caras.
Viento gélido que enfría,
rocío de la mañana,
perladas las hojas brillan,
como translúcidas nácares,
que en los profundos glaciares,
ven espejos, como caras,
descubriendo los secretos,
que entre las grietas aguardan.
Promete volver mañana,
la sombra que se desplaza,
hacia los etéreos sueños,
a las mullidas almohadas,
cede a las lúcidas luces,
el sitio que ella ocupara,
y radiante el Sol relumbra,
para calentar las almas.
La tundra aviva los líquenes,
el bosque al suelo amamanta,
la flor al ojo embellece,
y el ruido de las cascadas,
cánticos de amor parecen.
Se viste de ébano el aire,
de gris la sien envejece,
pero, todo nace y crece.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri