No sé si el viento me azota,
o quiere, al fin poseerme,
tal vez, tan solo advertirme,
cuando es hercúlea su fuerza,
o solamente se altera,
y en su ira justiciera,
alertar quiere al humano,
que si es destruida, destruye.
Sus carnes abre la Tierra,
sus huesos también sacude,
y sangran fuego sus venas,
y abre enfada sus fauces,
su voz estentórea clama,
de auxilio grita su vientre,
y sus tripas se conmueven,
sus entrañas se envenenan.
La ambición no frena al Hombre,
que a quien cuida vitupera,
y abre en su voraz locura,
grietas que nunca se cierran.
Destruye seres y plantas,
desequilibra y transgrede,
y no frena su codicia,
ni el daño, que así se infiere.
No sé si el agua me sana,
ni se si es irrespirable,
la brisa que me acaricia,
no sé si el Sol es mi amigo,
o que pretende abrasarme,
no sé si el amor es vida,
o ve todo lo que ocurre,
no sé si vivo conmigo.
El Hombre va dando tumbos,
se aferra y suelta a la vida,
resbala, se iza y patina,
se recompone y respira,
entrecortados suspiros,
temblores y pesadillas,
escalofríos y sudores
que mueren y resucitan.
No sé si mi canto es triste,
o a la realidad da vida,
no sé si es cierto o mentira,
o las dudas me acribillan,
no sé si el mundo es un quiste,
que a tumor maligno gira,
o el amor se abrirá paso,
entre tanta pesadilla.
Las verdades siempre brillan,
como faros en la noche,
y a marineros señala,
cuál es la ruta más lícita.
Que la luz sea más intensa,
que no ensombrezca la vida,
que cuide la Tierra el Hombre,
donde sus pasos caminan.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri