Contaré a todas las flores,
que las nubes en tu espalda,
son la lluvia que recoge,
los ciclones de mi casa.
Que te conocí una noche
y entendí que te buscaba,
entre océanos de cobre
y en la pólvora mojada.
Tú jugabas a ser hombre
y la barba te engañaba,
ibas ciego en los balcones,
creyendo que ya reinabas.
Vi pasar cien mil aviones,
mientras que tú te acercabas,
y el destino quiso entonces,
que con otra tu bailaras.
Allí presa en las pasiones,
de un amor que se alejaba,
mandé un cheque con honores,
al cupido que me odiaba.
Probablemente lo ignores,
desde entonces te soñaba,
y sufría en los rincones,
al saber que en mí no estabas.
Tropezando en tus renglones,
siempre a golpe de miradas,
silencios que no se comen,
cartas que no se mandan.
Un día de lluvia a las doce,
desnudos en la terraza,
lloramos por cada roce,
sin saber que nos pasaba.
Y dirán que éramos jóvenes,
todo aquel que siempre manda
y que esa clase de amores,
le divierte a la nostalgia.
Y yo sé que en cada choque,
de tu piedra a mi ventana,
era como andar en coche,
por la luna abandonada.
Se morían caracoles,
en la orilla de tu playa,
cada vez que las canciones,
solo a mi te recordaban.
Una década de soles,
que sin líneas deambulaban,
caprichosos corazones,
que con otros se enredaban.
Te vi marchar sin más norte,
que una maleta de rabia,
estrujando el pasaporte,
por si acaso no abordaba.
Tantas curvas en el bosque,
y cuando ya no dudabas,
era tarde para Londres,
tú volvías a La Habana.
Nadie cuenta los horrores,
del sentir que no se acaba,
o quizás somos leones,
confundidos por manada.
Fueron meses de derroche,
con cuarenta mil llamadas,
hasta que volvimos torpe,
hasta la última palabra.
Convencidos por las voces,
de la conciencia más clara,
la tregua venía acorde,
a los vientos que soplaban.
Era triste ver que el molde,
de tu cuerpo me acosaba,
que me abrazaba a los postes,
y alguna vez los besaba.
Que perdí mis ilusiones,
y me volví más humana,
encerrada en los rencores,
de una vida tan prestada.
Ya con treinta y más razones,
y una suerte más cercana,
otro encuentro de relojes,
en la calle equivocada.
Si te acuerdas de mi poses,
para parecerte guapa,
una que siempre se pone,
más años por si no basta.
Tú riéndote del mote,
que hace años no escuchabas,
y yo viéndote más noble,
de lo que te recordaba.
Ibas hablarme de brotes,
de primaveras mojadas.
Y viste cuatro estaciones,
con un beso de volandas.
El agua volvió a mis montes,
las sombras a su cabaña,
entre abrazos y temblores,
confesé que te esperaba.
Que un amor nunca se rompe,
que los cristales se empañan,
que la marea y sus botes,
aterrizan cuando hay calma.
Libres ya de embarcaciones,
de puertos y retiradas,
un te amo y no me llores,
como promesa callada.
Y los amantes veloces,
se convirtieron en llama,
el malecón y las torres,
los aeropuertos del alma.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.