En el interior se fragua,
dentro nace y se deshace,
por dentro se mezcla y yace,
en el exterior ingrávido.
Viejos sueños, nuevos hábitos,
efluvios de contrabando,
mezclados quedan placeres,
con el regusto de agravios.
Giran como una peonza,
los amables y desabridos
sentimientos, que pululan,
como latidos al pairo,
de corazones de plástico.
Como vórtice que abduce,
las esencias que supuran,
de amores y desagravios.
La flor prendida en el pecho,
tormenta que al fin amaina,
que remite desde el centro,
el centro de las corrientes,
de fragorosos deseos.
La faz hueca como el eco,
de sus infinitos gestos,
regueros como serpientes.
En el interior se rompen,
ataduras y entrecejos,
las bridas y los grilletes,
que ahogan la voz que hierve,
el sentimiento que nace,
el pensamiento que crece
y la libertad emergente,
de la fuerza que la impele.
Torbellino de emociones,
vorágine de recuerdos,
arrasadoras imágenes,
con la impronta de su celo.
Huracán de sentimientos,
que se agolpan en el centro,
de los corazones ciegos,
bandadas de nuevos sueños.
El yunque ordenó al martillo,
que golpeara con respeto
y los golpes arreciaron,
caso omiso a sus deseos.
En el cuerpo dolorido,
se fue amoratando el nervio
y el alma quedo agostada,
ante tamaño desprecio.
Amor que fluye cual rayo,
de las entrañas del trueno,
fogonazo fulminante,
en un delirante fuego.
Amor que sigue girando,
aunque le someta el tiempo.
Amor que cruza la sombra,
para seguir al lucero.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri