Entre los recovecos se desliza,
agua servil que al hueco abraza,
corazón que se enlaza,
al latido mortal que le atenaza.
Se acuna en el rincón el viento,
besa la brisa enardecido anhelo,
un soplo que en el aire habita,
bailando el sentimiento.
Lento caminar que ama la tierra,
hollada a golpes de cordura,
ignorante y curiosa criatura,
bordada en los granos de la arena.
El sol abrasador ha sucumbido,
fuego de vida y de alimento,
un devenir de soledad sintiendo,
en la hoguera, la gélida locura.
Que no calle el cantor que vive dentro,
en los resquicios del amor inmerso,
que no silencien voces de deseo,
en las mazmorras de los sueños.
Amor mortal de carne y versos hecho,
que amordacen las entrañas,
que gritan silenciosas sin consuelo,
que no callen el hambre y sus derechos.
Caricia que se enrosca como el aire,
al sentido errático envolviendo,
fiera pasión que al sentir devora,
calando su furor hasta los huesos.
Entre las grietas vive el tiempo,
al socaire del deseo y al acecho,
burlón azar que es hoy u otrora,
y juega al escondite con el verbo.
Medrando entre las carnes el asfalto,
bofetada mortal que las desarma,
un huracán de voces y zarpazos,
en la vorágine fatal de su arrebato.
Amar la piedra de hiedra revestida,
amar entre las notas de un piano.
Un florecer de ideas que se cruzan,
volcadas del ayer y tan temprano.
Amor carnal de tierra y voces juntas,
amor de soledad y de tortura,
amor sin más, sintiendo la locura,
como el agua que se abraza,
a la tierra que inunda.
Amores de verdad, sin desmesura,
amor natal, de sangre la criatura.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri