Con todo mi aprecio y mi cariño para Marta.
Quiso bailar con la Luna,
con el Sol quiso danzar,
con la vida hacer piruetas,
y con el amor jugar.
Bailar quiso con las sombras,
quiso con la luz soñar,
y despertó a la verdad,
danzando entre Sol y Luna,
henchido de libertad,
los ojos como lagunas,
lágrimas de realidad.
Quiso apropiarse del tiempo,
de la vida ser el dueño,
y despertando del sueño,
vio su vida en un desierto,
de diminutas verdades,
de inalcanzables proyectos,
de ansiadas necesidades,
de cometas como amores,
veloces briznas de tiempo.
Así, fue haciéndose hueco,
entre la tierra y el cielo.
Sintió el calor del aliento,
como agridulce señuelo,
buscar la boca sin prisa,
libar de su propio aliento,
buscar la vida en el aire,
entre nebulosas ciego,
y sentirse como el ave,
al socaire de los vientos.
Grabó en el árbol su nombre,
con los ojos del deseo,
y mirándose al espejo,
vio su rostro verdadero.
De los altos podios caen,
y de elevadas murallas,
y de tantas caras falsas,
caretas de porcelana.
Rostros que amables parecen,
son en realidad falaces,
de cera sórdidas máscaras,
que cubren pero no tapan,
el soez rictus del alma.
De palacios se cayeron,
de altos castillos escapan,
en múltiples rostros callan.
Quiso acapararlo todo,
casi se queda sin nada,
atesoró las riquezas,
se vio en mansiones de fábula,
cruzó océanos y valles,
ríos, lagos y montañas,
pero se quedó vacío,
por dentro hueco, sin alma,
renunciando a sus tesoros,
vio la vida en sus entrañas,
sintió la paz que faltaba.
Coherencia gritó la vida,
con la lucidez más sabia,
palabras que en el desierto,
se fueron yendo apagadas.
Llamó al amor la conciencia,
con susurros de inocencia,
y como de lluvia gotas,
los gestos enmudecieron,
cambiando el rostro de forma.
Libertad clamó la vida,
quedaron las notas presas.
Jardines en la mirada,
amor temblando en los ojos,
libertades sin cerrojos,
coherencia en cada diatriba,
verdad en cada palabra,
sin caretas y sin máscaras,
libre y desnuda la cara,
que se vea lo que declara,
sin tapujos ni añagazas,
amor sin precio y sin tasas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri