Bebe el amor del vacío,
liba el deseo de lo lleno,
de posesión son los besos,
que se nutren del anhelo,
y de olores son los lazos,
que unen y que seducen,
de los entregados cuerpos,
de efluvios, que como ríos,
fuentes son de puro nervio.
Sola quedó la cordura,
anclada en la sinrazón,
enquistada en la mentira,
cercada por el horror,
la locura la absorbió,
por el rencor engullida,
y el respeto la salvó,
junto a la sabiduría.
Bebe el necio de otro necio,
liba el ladrón de lo ajeno,
de lo falso el embustero,
y de su ego el traicionero,
se nutre de odio el injusto,
y el sabio, de lo sincero,
así, pisa el poderoso,
la nuca del más auténtico.
Qué sola quedó la pena,
que solitario el hambriento,
que aislado quedo el momento,
en que la dicha era el centro.
La avaricia rompe el cerco,
que impone el sobrio respeto,
y se van quedando solos,
amores y sentimientos.
Rumores ente las hojas,
del libro que explica el tiempo,
y que, a veces, se deshoja,
seco de anunciar lo viejo.
Corrientes que arrastran mundos,
dentro de otros mundos nuevos,
a flor de piel los engaños,
en la sangre los secretos.
Qué sola quedó la aurora,
que solitarios los besos,
si de puntillas pasaron,
como emigrados vencejos,
qué sola queda la rosa,
arrancada con desprecio,
que solo el amor sucumbe,
si no es leal y auténtico.
La vida, a la vida ama,
porque ese es su privilegio,
y no hay huracán alguno,
que frene su nacimiento.
El amor es como el agua,
baña de vida otros cuerpos,
y nunca se queda solo,
si se lleva muy adentro.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri