Creer que el tiempo no pasa,
creer que el cuerpo es eterno,
creer que el alma no enferma,
y pensar, que el mundo es nuestro.
Así, pensando y creyendo,
la vida parece un cuento.
Clamé al cielo y no se oyó,
ni un suspiro ni un eco,
en el éter se perdió,
la voz airada pidiendo,
que frene este desamor,
que la vida está pudriendo.
Cree el aprendiz que es maestro,
y el infeliz que es un sabio,
el retoño que es más grande,
que el tamaño de su cuerpo,
quien piensa que no es agravio,
detraer vida y derechos.
Saber que el tiempo es finito,
que caduca la materia,
que se queda en el olvido,
muchas veces la miseria,
que no siempre lo que digo,
es coherente o atiende a reglas.
Canta el sueño de los tiempos,
bebe el néctar de su esencia,
llena su saber de ciencia,
sin creer que se es el dueño,
de lo que crece y se engendra,
del respeto y la conciencia.
Pensar los pasos perdidos,
que no devuelve la tierra,
para aprender del sonido,
de su aventura andariega.
Creer que nada fenece,
que solo muta y transforma.
El tiempo sopló cantando,
tenue sonar de bonanza,
que adivina la esperanza,
que en lontananza está presa,
con manos y pies atados.
Libertad clama gritando.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri