Amor mío,
hemos ido dejando
nuestras huellas
en el vacío,
y hoy están brillando,
como estrellas,
por añorados caminos
que aún no hemos transitado…
juntos… Y los besos que, tan bien,
hemos lanzado
lucen sus joyas en rutas silenciosas,
mi bien,
y se han calado
en las alas de todas las mariposas…
Y ya no se van,
ni con el frío de la lluvia;
sino que, con mucho brío,
en las noches, se juntan…
Y alegres adjuntan
tantas cosas bellas, que no tienen prisa,
a nuestra vida…
Y, por lo tanto, no se pierde la sonrisa
de nuestras bocas,
pese a que viven tan lejanas
entre sí; ni de pena se alocan
nuestras almas…
Cuando en las mañanas
despiertan sin mirarse
en los espejos de sus cansados ojos…
No hay por qué amilanarse,
porque, aunque ausente estés, amor soñado,
siempre te escojo
de entre las flores que se abren en el día,
haya sol o luna, y te llevo
en el cierre de mi pecho
y siento tu calor…
Y, con derecho,
te llamo mía,
solo mía, para darte mis caricias…
Y, de lejos, llega a mis oídos
el eco tan sublime de tu risa
–lo escucho fuerte–,
y entonces todo… Todo tiene sentido;
Inclusive, el más agudo dolor:
¡NO TENERTE!
Amor mío,
hemos ido dejando
nuestras huellas
y amándonos,
como enamoradas estrellas,
pero sin alcanzarnos.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.