En mi humilde condición,
de peregrino del tiempo,
voy descubriendo caminos,
que son casi siempre ajenos.
Entre el follaje deambulo,
apenas la luz encuentro,
y a medida que me adentro,
más dudas surgen de nuevo.
El corazón se hace añicos,
al comprender lo que pienso.
Seductores o atrevidos,
camuflados entre pliegues,
que va doblegando el tiempo,
pensamientos que claudican,
arrebatando recuerdos,
y en ciernes, nuevos proyectos.
Trasiego de vaguedades,
que como zombis deambulan,
soslayando realidades,
de fantasías y utopías,
tal vez sea o por si acaso,
de ideas inalcanzables,
y llegando hacia el ocaso,
se apilan días y días.
El tiempo lo borra todo,
dice el dicho popular,
pero solo se mitiga,
lo que va quedando atrás.
No por menos caminar,
se hace el camino más corto,
si el viajero llega lejos,
más sabio será el andar.
La mirada se diluye,
en los flecos del pensar,
va vidriando la mirada,
pupilas como el cristal,
que la lágrima cautiva,
en lo que mira, atrapada.
Seducen las melodías,
que acuden como aludidas,
que palpitan o arrebatan.
En mi humilde condición,
de viajero del pensar,
abro el pensamiento al verso,
que sin pausa se desliza,
entre la duda y lo cierto,
mientras la estrofa se anima,
dando fin, a su pesar,
pues la reclama Morfeo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri