Donde la cruda verdad,
vive sin temperatura,
aislada en la celda fría,
de la olvidada conciencia,
luchando día tras día,
por lograr la libertad,
dejar de ser, presa y rea,
y al calor de la inocencia,
acercarse a la cordura.
Vive inmersa la amargura,
entre los pliegues del verso,
al sentir que la locura,
ladina va haciendo hueco,
en la apresurada vida,
y se enquista sin saberlo,
en los órganos y el verbo,
se abraza así sibilina,
desabrida entre los versos.
Retar al monstruo siniestro,
con la verdad de los versos,
vencer al odio y al necio,
con armas del intelecto,
ganar el pulso al maldito,
con el amor por remedio,
y sentir el aire fresco,
en el rostro ceniciento,
para sonrosar el miedo.
Cálida voz de ternura,
luz cristalina que alumbra,
a los grises más ubicuos,
dando la espalda a la sombra,
buscando claros con rumbo,
rumbo sin broza ni brumas,
espacios claros y diáfanos,
sin soldados de fortuna,
sin murallas, sin obstáculos.
Desafiar las fronteras,
que próceres sin alma alzan,
venciendo las letanías,
que envenenan y que atrofian,
beber del verso que vuela,
surcando el éter sin pausa,
sentir el fraterno abrazo,
que hace temblar las entrañas,
vivir sin miedo y sin pausa.
Realidades con pasión,
rompiendo el gélido hielo,
que congela a quien no anda,
por la mente que le increpa,
por senderos de templanza,
caminar con paso firme,
sin olvidar los orígenes,
los ancestrales principios,
que dan sentido a la marcha.
Que no asome la amargura,
que no dé la cara el miedo,
que no venza la locura,
no se levanten más vallas,
que el color no sea bandera,
que sea líder quien abraza,
que se rompan las cadenas,
que las libertades atan,
que no sea de hielo el alma.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri