jueves, 11 de febrero de 2021

ESPERANDO EN EL ZAGUÁN.

En despachos de caoba,

donde solo valen cifras,

las vidas son solo números,

algoritmos que desfilan,

de la voluntad se apropian,

marcando tendencia y moda.

 

Casi nadie se incomoda,

bailan sin pensar su danza,

en sus manos como peonzas.

 

Inmerso en la pesadilla,

por la espesura camino,

sin ver lo que se avecina,

de la vorágine reo.

Se palpa la incertidumbre,

los poderes se concitan,

pendientes de sus ombligos,

y se va enquistando el hambre,

en estómagos vacíos.

 

En sus cómodas poltronas,

se afanan legos y expertos,

retorciendo los decretos,

para cuidar sus prebendas,

mientras los derechos marchan,

como caracoles ciegos.

Preocupados por su panza,

ponen a la herida vendas,

para ocultar lo que sangra.

 

Inmerso en la pesadilla,

por la hojarasca camino,

voy sorteando las trampas,

que entre los grises espían,

en espera del tropiezo,

de la inminente caída,

y en el filo del cuchillo,

voy guardando el equilibrio,

pisando a tientas el filo.

 

La vertiginosa noria,

sobre el mismo punto gira,

eterno bucle sin tiempo,

ruido de óxido en sus giros,

y la fuerza que la impele,

ha perdido la memoria,

no aprendió de lo vivido,

y en espera la esperanza,

gira en el mismo sentido.

 

Amores en el zaguán,

esperando su destino.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

QUE SE ROMPAN LAS CADENAS.

Donde la cruda verdad,

vive sin temperatura,

aislada en la celda fría,

de la olvidada conciencia,

luchando día tras día,

por lograr la libertad,

dejar de ser, presa y rea,

y al calor de la inocencia,

acercarse a la cordura.

 

Vive inmersa la amargura,

entre los pliegues del verso,

al sentir que la locura,

ladina va haciendo hueco,

en la apresurada vida,

y se enquista sin saberlo,

en los órganos y el verbo,

se abraza así sibilina,

desabrida entre los versos.

 

Retar al monstruo siniestro,

con la verdad de los versos,

vencer al odio y al necio,

con armas del intelecto,

ganar el pulso al maldito,

con el amor por remedio,

y sentir el aire fresco,

en el rostro ceniciento,

para sonrosar el miedo.

 

Cálida voz de ternura,

luz cristalina que alumbra,

a los grises más ubicuos,

dando la espalda a la sombra,

buscando claros con rumbo,

rumbo sin broza ni brumas,

espacios claros y diáfanos,

sin soldados de fortuna,

sin murallas, sin obstáculos.

 

Desafiar las fronteras,

que próceres sin alma alzan,

venciendo las letanías,

que envenenan y que atrofian,

beber del verso que vuela,

surcando el éter sin pausa,

sentir el fraterno abrazo,

que hace temblar las entrañas,

vivir sin miedo y sin pausa.

 

Realidades con pasión,

rompiendo el gélido hielo,

que congela a quien no anda,

por la mente que le increpa,

por senderos de templanza,

caminar con paso firme,

sin olvidar los orígenes,

los ancestrales principios,

que dan sentido a la marcha.

 

Que no asome la amargura,

que no dé la cara el miedo,

que no venza la locura,

no se levanten más vallas,

que el color no sea bandera,

que sea líder quien abraza,

que se rompan las cadenas,

que las libertades atan,

que no sea de hielo el alma.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

DISFRACES, CARETAS, MÁSCARAS.

La máscara se desprende,

desvelando su secreto,

rostro forjado en acero,

esculpida la mirada,

con el puñal de un guerrero,

ojos de negro diamante,

gestos tallados en ébano,

faz bruñida en el crisol,

de fundida masa ardiente.

 

Como hojas en otoño,

que de los árboles penden,

secas y ocres se abaten,

a la voluntad del viento.

Como caretas se caen,

como la noche se ciernen,

sobre la luz vespertina,

como el ocaso se esconde,

en sus faces ambarinas.

 

Vestidos de celofán,

ropajes de seda y oro,

barnices que ocultan dolos,

espejismos en los ojos,

simuladas intenciones,

matizadas con adornos.

La faz oculta detrás,

de una enrevesada máscara,

de aparente dignidad.

 

Pintó sobre el lienzo humano,

facciones de humanidad,

con los pinceles de astucia,

que dan las mortales armas,

más trasciende la avaricia,

que de los poros emana.

Se percibe en las maneras,

y en el pestilente hedor,

de su escondida estulticia.

 

Enmascarado el respeto,

tras ladinas vestiduras,

perfumadas las axilas,

embadurnadas las manos,

con potingues de botica,

en una grasa melena,

engrasada con gomina,

en maneras viperinas,

de camufladas sonrisas.

 

Fue cayendo la careta,

se fue descubriendo el fondo,

donde habita la vileza,

y no cubren los afeites,

el rictus de su alma necia.

La voz es bronca o amable,

según la ocasión convenga,

y hace arrumacos al vil,

al vil metal que le ciega.

 

El amor y la inocencia,

rompen el disfraz de cera,

que encubre la verdadera,

imagen de la violencia,

la verdadera impostura,

las encubiertas maneras,

las intenciones auténticas,

y las razones rastreras,

de un corazón que se agrieta.

 

Solo el amor da la vuelta,

al pellejo de la ira,

a las falsas apariencias.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

GRITOS QUE SON ALARIDOS.

Murmullos parecen gritos,

y sonrisas carcajadas,

son mudas ciertas palabras,

ojos que sin verte miran,

vestimentas que simulan,

muchas trampas encubiertas.

Una mano por el hombro,

en la otra mano la daga,

y una despreciable mueca.

 

No se conforma el ladrón,

ni se resigna tampoco,

quiere acapararlo todo,

llevarse también la hacienda,

si puede, la dignidad.

No le basta al predador,

con arrebatar el pan,

quiere, llevarse además,

lo de hoy y lo que venga.

 

 

Caminos que transitar,

a veces, de espinas llenos,

otras veces de algodón,

pero, casi siempre ásperos.

Te roba el frío el aliento,

el calor te quita el sueño,

y si el amor sobrevive,

rompe el hielo y al calor,

a aire fresco le reduce.

 

Aferrado a la garganta,

está el miedo prisionero,

preso el aliento en los labios,

el latido como un reo,

en el pecho se acobarda.

El verdugo enfebrecido,

con el poder en sus manos,

no solo humilla, se jacta,

de arrebatar hasta su alma.

 

Gritos que simulan voces,

que son meros alaridos,

murmullos cual griteríos,

que no es rumor, ensordecen,

ofensas que así parecen,

como gélidos consuelos.

La voz alterada siente,

que se va del pensamiento,

y que los demás no entienden.

 

Senderos que recorrer,

aunque sea abrupto el paisaje,

aunque sea agreste el camino,

aunque la vida se canse,

dar pasos, aunque sean débiles,

cada huella al caminar,

en cada senda se grave,

con la fuerza de un titán,

que un paso al otro de alcance.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

LA SOLEDAD VIENE Y VA.

La soledad viene a verme,

con sus ajados ropajes,

en su profunda mirada,

infinitas soledades,

contradictorias diatribas,

pacíficas reflexiones,

sabe de amores y viajes,

cargada de fantasías,

en su pesado equipaje.

 

La soledad viene a verme,

recordando y recordarme,

de melodías impregnada,

en su complejo andamiaje,

con el tiempo sintoniza,

vieja llena de coraje,

que amilana o dulcifica,

que se viste y se desnuda,

con los sueños que le placen.

 

La soledad me acompaña,

en el laborioso viaje,

que me conduce al mañana,

y da sentido a las tardes,

se recrea entre las sábanas,

en la ensoñadora noche.

Va caminado conmigo,

con palabras de reproche,

o alentadoras palabras.

 

La soledad viene y va,

como en un juego se esconde,

y se asoma sibilina,

con el ruido de los goznes,

de las cerradas ventanas,

en las pesadas cortinas,

y en los oscuros rincones.

La soledad se va y viene,

como brisa o vendaval.

 

Va y viene la soledad,

presa en antiguas imágenes,

preñada de sensaciones,

de sentimiento va y viene,

no desperdicia el raudal,

de antiguas vidas y amores,

en la mente se desplaza,

en las neuronas se entrena,

en cada aliento, va y viene.

 

La soledad me visita,

sin avisar y sin cita,

de mis cuitas se apodera,

para pensar por sí misma,

el corazón parasita,

y a veces, como una amiga,

hasta te hace llorar.

Qué sabia la soledad,

que en lo más oscuro, brilla.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

DE SECRETOS Y ATABARES.

Escondida entre los pliegues,

que va dejando la historia,

se recrea la memoria,

algunas veces vibrante,

amarga y ácida otras,

a menudo sentenciosa,

de vez en cuando dolosa,

vestida de viejas ropas.

 

Acuden sin preguntar,

irrumpiendo como locas,

como pulsiones sin normas,

atravesando la vida,

sacudiendo sin dudar,

incitando sin demora,

impulsando actos febriles,

hechos viles que derrotan.

 

Se van derribando muros,

trincheras se van cavando,

las vidas se van cercando,

se cierran viejas heridas.

Cicatrices en los labios,

de palabras de vergüenza,

verter en el aire agravios,

fatuas volutas sin vida.

 

Sabe el árbol que es la tierra,

la que su vida sustenta,

y a pesar de su vejez,

la pura esencia recuerda.

Llega el recuerdo voraz,

mordiendo lo que se encuentra,

indelebles cicatrices,

deja en su loca carrera.

 

Oculta entre los rincones,

la memoria nos acecha,

para endulzar los recuerdos,

o agriar sin recato fechas,

va invadiendo los espacios,

que va dejando la prisa,

vacíos de sentimiento,

entre latidos sin vida.

 

Se levantan más fronteras,

nuevas murallas se izan,

y el recuerdo se conmueve,

ancestrales agonías.

El corazón se revuelve,

sobre sí mismo, con prisa,

y cada golpe de pecho,

una muralla derriba.

 

Camuflada en las tinieblas,

impertérrita se aviva,

la viva y ágil luciérnaga,

como esperanza sin mácula,

flota eterna rediviva.

La flor sabe que es la tierra,

en donde nace y renace,

la de su belleza prístina.

 

Si sabe el amor de fábulas,

de quimeras también sabe,

de realidades se llena,

va alimentándose de hambre,

de la pasión sin fronteras,

de emociones que le sacien,

de efluvios que le contengan,

de secretos y avatares.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

miércoles, 10 de febrero de 2021

AMOR ENTRE MAMBALINAS.

Nace el verso de la lumen,

nace la lumen del verso,

la inspiración va empujando,

por detrás al sentimiento,

y así, los dos de la mano,

doblegan el recio acero,

de la armadura que llevo.

Vida y sueños van unidos,

como fieles compañeros.

                                                       

La boca se frunce al verlo,

el ojo se contrae incierto,

y la piel se va tensando,

viendo tamaño desprecio,

la injusticia se derrama,

ardiente bola de fuego,

que abrasa mentes y cuerpos.

Mente y cuerpo se disocian,

no va la vida a su encuentro.

 

Nace el sabio como un ave,

que volará entre los vientos,

sabio y viento vuelan lejos,

donde alcance el pensamiento.

Aletean aves y sabios,

hacia inhóspitos secretos,

buscando travesías nuevas,

Aves, sabios y sus vientos,

unido el saber al tiempo.

 

De la espada suspendida,

de ladinos argumentos,

no solo sesga la carne,

cercena vida y derechos,

se abate sobre la herrumbre,

donde nace y vive el hambre,

y secciona dignidades,

con mandobles de desprecio,

empuñada por los necios.

 

Verso y lumen, en concierto,

afinan los instrumentos,

van desgranando las notas,

como pétalos, que el viento,

arrebata de los sueños,

y perfumadas se posan,

sobre pestilentes huertos,

incansables, verso y pétalo,

riman con viento y con tiempo.

 

Palabras como cuchillos,

como verdugos miradas,

sentimientos como reos,

cadalsos son sus derechos,

ajusticiados de un tajo,

de la maldad prisioneros.

Palabras como huracanes,

que arrasan tierras y sueños,

con la voz de quienes sacian,

con los demás sus estómagos.

 

Verso y lumen de arando,

ante los jueces del tiempo,

amor entre bambalinas,

esperando su libreto.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

EN EL SUBMARINO QUE YACE.

Con solo mirar sus ojos,

un latigazo se siente,

que desde los pies recorre,

desde el cuerpo hasta la mente,

y se tiene la certeza,

de la pena que le absorbe,

condena injusta e innoble.

No hay expresión más sincera,

no hay derrota en la mirada,

ni se resigna a la pena.

 

Ojos que hablan sin voz,

no hay voz para los sin nombre,

no reflejan las pupilas,

de sus entrañas la rabia,

la expresión es de dolor,

como una herida que sangra,

la profundidad se plasma,

en negros ojos que observan,

deslumbran, pero no callan,

se resisten al horror.

 

Van caminando entre sombras,

camino de la esperanza,

en su expresión va lo eterno,

el infinito en sus ganas,

como una corriente de agua,

que la mar busca sin pausa,

la cadencia suspendida,

de una prisa que se aplaca.

Pasos que parecen siglos,

en una sola pisada.

 

El viento agridulce sabe,

a cenizas y a metales,

arde el paladar de hambre,

labios se agrietan al aire,

delgados como un alambre.

No sabe el cuerpo que es pronto,

tampoco sabe que es tarde,

y los días se suceden,

machaconamente sordos,

los sueños son realidades.

 

Pasan como fotogramas,

por delante, sin agobios,

y en su afán subliminal,

dejan posos en la sangre.

La vida es un temporal,

que amaina, más deja huella,

en lo que arrastra y esconde,

y es tal su ferocidad,

que no solo desnuda, abate,

los ojos, como ascuas, arden.

 

Una luz en el sendero,

brilla pálida, en contraste,

con las repetidas sombras,

que van vistiendo el paisaje.

La tenue luz se desviste,

enseñando los ultrajes,

y el amanecer anuncia,

que puede haber nuevos viajes.

Sombras y luces se aman,

pues son de la misma sangre.

 

El amor se va posando,

en cada ínfima parte,

del esqueleto del mundo,

de su riqueza y su hambre,

en el submundo que yace.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

NI SE COMPRAN NI SE VENDEN.

Que no se venda el respeto,

ni se compren las conciencias,

no se vulnere el derecho,

ni se compren las sentencias.

 

Que no se compre la vida,

no se venda la vergüenza,

que no sea la dignidad,

mera moneda de cambio,

ni se sacrifiquen vidas,

en aras de un bien mayor,

por muy grandioso que sea,

no se venda al por mayor,

ni el valor ni la decencia.

 

Alto y claro habla el amor,

sin cortapisas ni reglas,

sin razones superpuestas,

sin frenos que le contengan.

Alto y claro habla el dolor,

que de ser cruel no reniega,

y habla sin pausa la voz,

de las mentes verdaderas,

que alto y claro se expresan.

 

No se venda la salud,

que cuide al pobre y al necio,

sin importar el color,

de la piel de quien se enferma.

Que no se compre la prisa,

ni la ignorancia se venda,

ni se aplaste al inferior,

porque carezca de hacienda,

no se abuse del menor.

 

La voz cascada se aleja,

de tanto sufrir la afrenta,

piernas y manos atadas,

y amordazada quien piensa.

Que los cuerpos no se vendan,

como valiosas prebendas,

que no se arrebate el Sol,

al inocente que encierran.

Que las carnes no se graben,

con hierros de propiedad.

 

No se levanten fronteras,

ni se apropie la maldad,

de quienes buscan hogar,

ni reine el odio y la ofensa,

no se ampute la verdad,

ni la libertad sea rea,

de quien el poder ostenta,

ni la dignidad sea presa,

al albur de los demás.

 

Alto y claro se denuncie,

el abuso y el maltrato,

y sea el amor el retrato,

de cada instante vivido,

que no se venda al amigo,

ni se pisotee al caído,

que no hay un ser inferior,

por su color ni su oficio,

que amar no sea un sacrificio.

 

Ni se venden ni se compran,

los derechos adquiridos.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri 

SEA LEY LA PALABRA DADA.

La Tierra grita furiosa,

ante el castigo infringido,

nadie escucha su lamento,

en sus quehaceres sumidos,

no quieren oír sus gritos,

que de las entrañas nacen,

priman más las letanías,

que son cantos de sirenas,

que ciegan mente y sentidos.

                                       

Violentas voces se alzan,

de rencor profundo llenas,

no admiten palabras sabias,

ni otras razones sinceras,

el odio anida en sus ojos,

que miran de otra manera,

suenan aires de venganza,

en sus perdidas cabezas.

 

Muchas mentes se aglutinan,

para buscar cauces nuevos,

necesarios argumentos,

que conformen una idea,

que despeje las conciencias,

que rompa la vida errática,

que aliente las mentes presas,

en recurrentes nostalgias.

 

No hay lágrimas que soltar,

ni suficientes los ríos,

de sollozos en las ciénagas,

el hedor provoca nauseas,

que a los más sabios infectan,

son palabras sincopadas,

que reclaman metas nuevas,

que en un grito se revelan.

 

El cielo rompe a llorar,

lagrimas grises y negras,

mira desde su atalaya,

y no puede contener,

el torrente de sus lágrimas.

Se acerca el amanecer,

por fin llega la alborada,

desprendiendo gotas mágicas.

 

Un atisbo de esperanza,

en duermevelas se escapa,

bajo una luz cenital,

observa al mundo, que brama,

sumido en la cruel vorágine,

que el mismo mundo creara,

descabezados los sabios,

de mentes privilegiadas,

como posesos sonámbulos.

 

La Tierra a gritos reclama,

mentes sabias de templanza,

respeto a raudales quiere,

más valor, menos palabras,

más amor propio y conciencias,

que asuman sus propias fallas,

que se conciencie al retoño,

sea ley la palabra dada.

 

Con desespero nos grita,

la Tierra seca, agostada,

desde las grietas profundas;

Que sea el amor la palabra.

 

 

 

 

Autor

Antonio Carlos Izaguerri