Déjame besar tus labios,
Aquellos que no me mienten,
Y acercarme a tus luceros
Tan negros e impacientes.
Mis ojos se derriten
Al mirar los tuyos como sol naciente,
Y mi corazón tirita mas no de frío,
Sino del miedo a perderte.
Déjame mirarte mientras te pierdes a lo lejos,
Y acariciar la sombra que en el camino tú dejaste,
Déjame impregnar tu huella entre mis tibias manos
Y guardarte celosamente entre mis brazos y mi pecho.
Déjame pensar que tu corazón es parte del mío,
Y que tus cabellos son la herencia de un nocturno viento;
Déjame imaginar que tus labios me pertenecen,
Y así también el cofre que encierra tu dulce pecho.
Déjame quererte,
Y abrazar la calidez de tu amable abrigo,
Y también de tu sonrisa ligada a mis ojos,
De tu palabra sembrada en este amor mío,
Y déjame vivir con este sueño mío,
Que permite rosas y alhelíes
En plena tarde del ocaso y triste estío,
Y déjame ser tuyo
Como el aire que respiras,
Y ser también tu estrella o la luz de tu camino,
Déjame ser el tallo
Donde florecen tus jazmines,
Y también ser el rocío del que bebe tu amorío;
Déjame amarte siempre
Y perderme en tu cariño,
Para vivir eternamente,
Cada día, cada noche...
Cada momento que estás conmigo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.