Te amé cuando no supe ponerle un nombre
a tu sonrisa de gata enjaulada
y era la noche más oscura y sin embargo
se clavaban tus ojos en mi alma
como si fueran las tres, las tres de la tarde
y me quedaba desnudo de mí mismo
y tu carne me vestía
y volábamos con el viento del deseo más
antiguo
a las playas despobladas de una isla
que juntos descubríamos
y todo eso, cuando te fuiste, se convirtió en
nada.
Te amé
como casi siempre los humanos amamos,
cuando era tarde.
Te amé cuando no supe
ponerle un nombre adecuado a mis deseos
poseerte siempre era menos, y era mucho menos
no tenerte.
Una noche honda en mi carne se clavó tu
soledad
y se hizo de pronto, las tres de la tarde.
Pude verte completa,
cuando ya te habías marchado, como siempre
pasa.
No me mueve la nostalgia, ni ningún otro
invento humano.
Te amé y no pudo ser, como a veces pasa. Eso es todo,
y en lo demás, no hablo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri