El beso enamorado,
ya no vuela hacia el éter,
ingrávido se queja,
de sentir solo aire,
enamorado nace,
en sensaciones crece,
y se baña en la luces,
que alumbran el instante.
Beso que ama la boca,
de su sabor se embebe,
en la pasión se enrosca,
como un áspid envuelve,
ahíto de la carne,
en su jugo se aboca,
a morir en el trance,
en su canción se arropa.
Beso ardiente o efímero,
que se olvida o transciende,
que penetrar pretende,
en la profunda sima,
donde la vida siente.
Mariposa aleteando,
en su volátil vida,
un beso vuela siempre.
Amanecer de besos,
sobre el deseo torrentes,
de enamorados labios,
sedientos y turgentes,
no se cansa la boca,
no se rinde al rosario,
de gritos que se ahogan,
del secreto confeso,
del devenir constante.
Se ha sellado la puerta,
la canción ya se aleja,
de notas discordantes,
se ha llenado la boca,
despavorido huye,
resuelto entre las nubes,
de pasiones henchidas,
las ventanas abiertas.
Beso libre y errante,
viajero impenitente,
en su casa extranjero,
en las demás valiente,
libre verso que vuela,
entre la ausente gente,
una bailante vela,
una luz sugerente.
Queda vivo en el pálpito,
del deseo que se cierne,
cada latido suena,
en su cadencia hierve,
la carne del destino,
que en la boca se pierde,
realidad o espejismo,
fantasía o dilema.
Beso vívido y ágil,
devorador de sangre,
en vida consumido,
de pasiones versátil,
de estruendoso a silente,
una nítida ráfaga,
de vida que te absorbe,
de locura sin nombre.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri