Fatídicas emociones,
que herrumbran el contenido,
que alteran las sensaciones,
que conmueven corazones,
sensibles a la emoción,
que los gestos sin sentido,
agrietan el corazón,
patentes, flacos de olvido.
Sueña el Sol con ser conciencia,
y la Luna con ser verbo,
y la sombra se imagina,
que es la piel que cubre el cuerpo.
Sueña el amor, que es aliento,
sueña ser, la paz el sueño,
pero, el sueño, al despertar,
vio al desnudo carne y huesos.
Quiere el humano remedios,
para paliar la amargura,
para que cese la hambruna,
para que vuelvan las aguas,
a los cauces de su cuna,
a la mar que los engulle.
Que no sea la mar la tumba,
de tanta vida que se hunde.
Nefastas voces se alzan,
como alaridos de odio,
despreciando a quien no tiene,
dando riqueza a los propios,
como truenos son sus gritos,
malos augurios sus voces,
cortantes como cuchillos,
que no respetan las razas,
que no sean, de su colorido.
El ser, madura en el vientre,
que germina como el trigo,
no importa el color que tenga,
tampoco su aspecto físico,
ni si es gordezuelo o fino,
ni si es su color ambarino,
la belleza está en su esencia,
de pura vida, sin mitos.
Amores se van marchando,
como marcha el peregrino,
buscando su propio yo,
descubriendo sus instintos,
saber lo que vive dentro,
saber, lo que fue y que vino,
saber, lo que se quedó,
entre los sueños prendido.
Amor, que encuentra el camino.
Nefastas son las mentiras,
fatídicos son los gritos,
y es la verdad la que suena,
con el auténtico ritmo.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri