Llegaste hasta mí,
Deseosa, con tus manos calientes,
con tus besos encendías
mis entrañas y mi ser.
No quise preguntar nada,
tan solo me dejé querer,
te sentía tan apasionada
que de placer me contagié.
Llegaste hasta mí,
con tu piel suave,
difícil de rechazar,
con tu embrujo de mujer
que todo hombre quiere gozar.
Y mis labios te recorrían,
ningún lugar dejaba de probar,
tu cuello, tu espalda, tus senos...
sólo me decías entre susurros
que era tu manera de amar.
¡Qué momento tan placentero!
¡qué difícil olvidar!
la humedad de tus labios
a mi cuerpo hacía vibrar.
Con mis manos te apretaba,
tu espalda a mí me invito
a dibujar en él
un laberinto de pasión.
Y recorrías mi cuerpo
de norte a sur, y de regreso,
dejaste para más tarde
aquello que tanto ansiaba.
Cerraba mis ojos sólo por momentos,
tus ojos me miraban gozosos,
¡qué maravilla de mujer!
me hiciste volar en la cama.
Tus labios lentamente
se acercaron a lo más íntimo de mi cuerpo,
¿qué podía hacer,
si miel de mí brotaba?
no dejabas de hacerlo ni un momento,
sentía como te excitabas.
Entre jadeos te dije
que necesitaba que te penetrara.
¡Qué sublime momento!
explotar juntos en la madrugada,
sólo te digo mi cielo,
es algo que no acababa.
Las fuerzas de los cuerpos
terminaron, te abrazabas a mi pecho,
yo, amoroso te dije...
¡qué grato lo que me has hecho!
Todo terminó con un beso,
abrazados en la desatendida cama,
la tranquilidad nos llegó
iluminándonos el alma.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.