Del poder,
que corrompe y doblega,
la soberbia,
forjada en materia,
que esclaviza y somete,
que arrebata los sueños
y dominando medra,
en jardines sin vida.
De la euforia,
que alegre se extiende,
cual cizaña que pudre,
la nobleza íntegra.
Desenfreno,
que el criterio hunde,
en la fosa séptica,
donde el amor termina.
De la flor,
que su perfume entrega,
que tan solo,
respeto solicita.
Al griterío,
que al oído aturde,
con ideas baldías.
De la voz,
que en el amor gravita.
De los sueños,
que allá se quedaron,
el poder,
que compró la justicia.
El amor,
que se vio cercenado,
por la vana, fútil avaricia.
Una lágrima,
que así se desliza.
Del dolor,
arraigado en la mente,
mensajero,
que anuncia desdichas,
a la vida,
que vivir reclama,
con pasión, sin prisas,
esos miedos,
que en calma se olvidan.
De la muerte,
que unida a la vida,
al lejano latir de la brisa,
Unos labios,
que al besar palpitan.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri.