En el orbe de tu cosmos estar busco,
porque es donde tu poder reside,
en el abismo de tu apacible mar
y con los fulgores de tu plenilunio,
sellando con un ósculo sagrado
al tesoro por el que en mí vives
y por ti yo muero.
Las caricias de tu rapsodia anhelo,
y que a través del viento tu expresión
viaje en el tiempo hasta mi nirvana.
Dame el ramillete de tus afanes desvelados,
que pondré en la vasija de mi hálito,
esperando que florezcan entre mi mano
los bellos recuerdos que los vendavales
del olvido quieren aniquilar.
Tus pulsaciones versificadas me regalan
instantes
de ti y sé por eso que emprendes el vuelo
hacia mí y tus risas me mandas para seguir
soñando.
Tus aullidos noto,
y el sonido afilado de tus colmillos,
que ya se me han clavado en mí
desde la distancia,
y ahora aguardo en las nocturnas
horas sin perder de vista
al esplendor de la luna
que te escuda;
espero una transformación
para tener el impulso
y el aullido,
que me haga meritorio
de irrumpir en tu soledad
detrás de aquel satélite,
sin alegatos
por la dicha sublime
de tenerte y de tenerme.
Amar, amar, amar,
amar también es sacrificio,
cuando arriba un «hasta siempre»,
cuando el amor prófugo
se transforma en estrellas
rutilantes,
en el céfiro que acaricia
la frente,
en el beso de las flores
recatadas.
Amar en la distancia
es un sacrificio
y casi un dolor apacible,
en el que añoras
pero no estás triste.
Sacrificio como abnegación…
un permitirse el desapego
del ser a quien se ama,
para cederle plenitud
si no la halló a nuestro lado.
No, malestar no.
Apacible libación, de acre añoranza,
puesto que es inolvidable,
que por amor,
se le permite volar
si cree encontrar la felicidad
en otro sitio.
No, dolor hiriente, no.
Queda la añoranza y esperanza
de hallar la fusión mutua
después del delirante trance.
Sí, el amor...
inefable, indefinible...
que me libera, que me alegra,
y me da felicidad,
que libero, que alegro
y hago feliz...
que me permite dejar ir...
aunque eso me duele
pero me quedo con la esperanza.
Sí, este dolor no del amor,
sino por amor,
es un delirante trance…
momentáneo,
y que ofrezco en sacrificio,
que brindo como ofrenda,
que entrego en holocausto…
Alucinante, estrambótico amor delirante,
si hacer daño y causar heridas no es tu misión,
¿Por qué haces viable las laceraciones
de dos corazones arrobados?
Por qué, amor, haces parte de ti,
lo que evidentemente no es tu naturaleza,
pesquisa que corroboras en las faenas…
Inevitable cuestión: ¿qué más queda?
Seguir amando de modo delirante, alucinante…
Amor, si eres plenitud,
si eres felicidad en su mayor expresión,
¿por qué permites que en el acto de un beso
la duda de tu consistencia arribe?
Si los destellos de luna
son tus aliados, ¿por qué pones
la impresión de que todo es ficticio en ella?
Amor, en los corazones,
que neófitos se encaminan
en un sendero unificado,
dilucida la incertidumbre y esfuma la
perplejidad…
Para que demuestres irrefutablemente
que eres plenitud y felicidad
en su máxima expresión.
Sentimientos encontrados,
sentimientos compuestos,
cómo poder evitar la nostalgia
ante la privación de tus sagrados
tratos, de tu terneza... pero melancolía
induces combinada con regocijo;
mi pensamiento ya no es claro,
y pierdo mi indócil serenidad,
tristes añoranzas fusionadas con la alegría,
porque te tengo, pero te desvaneces,
solamente tu reflejo me da la certeza
de que tal vez, alguna vez, algún día,
tú también mi destino asumas,
para que se fusionen nuestras almas.
Autor
Antonio Carlos Izaguerri