Abriendo la flor sus pétalos,
su belleza muestra al mundo,
como cuando trina el pájaro,
dando belleza al sonido.
No frena la voz el ruido,
si se convierte en clamor.
La vida es un diapasón,
que va afinando los pasos,
del camino que pisó.
Se fue aclarando la niebla
que tapaba la esperanza,
abriéndose las compuertas,
de la oscuridad en que estaba.
Se fue cubriendo la tierra
y mostrándose la cara,
de la siniestra careta,
donde se escondía el alma.
Certeros dardos señalan,
donde el amor se agazapa
esperando la acogida,
de un corazón que le llama.
Su nombre escrito en el viento,
esperando entre la nada,
a otro nombre que se acerca,
pausadamente en la calma.
Muestra sus hojas el roble,
como señal de esperanza
y va cambiando sus tonos,
si la savia se lo manda,
así la vida te ordena,
amar sin tregua y sin pausa.
La flor solo se marchita,
cuando su sed no es saciada.
Abre la vida sus fauces,
para deglutir la esencia,
que en las entrañas renace,
abraza el sentir la sangre,
líquido esencial que habita,
para dar vida a quien nace,
abraza al ser que palpita,
en el vientre de la madre.
Estrellas en el jardín,
donde los misterios pacen,
salpicados al albur,
como las gotas de luz,
de una lluvia que deshace,
las negras sombras al fin.
Nuevos destellos que yacen,
en un sombrío confín.
La vida es un devenir,
que igual que se va, renace.